Visita a la parroquia de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo 14-12-1980

S. Juan Pablo II

Roma, 14 de diciembre de 1980

Las Comunidades Neocatecumenales están presentes, recorriendo lo que ellas llaman el “Camino” y trabajando apostólicamente en varias parroquias de Roma. Por eso el Papa se encuentra frecuentemente con ellas durante sus visitas pastorales a las distintas parroquias de la urbe y siempre les dirige palabras de aliento y exhortación. Hacemos referencia aquí al encuentro que tuvo lugar el domingo, 14 de diciembre, en la parroquia romana de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, con cuatro Comunidades Neocatecumenales que trabajan allí. En la cripta del templo, donde las Comunidades se reúnen, Kiko saludó al Santo Padre en nombre de todos y Juan Pablo II les habló espontáneamente así:

«Nos hemos encontrado muchas veces en varias parroquias de Roma, la última vez fue en la parroquia de los Mártires Canadienses. Al llegar aquí he encontrado a muchos niños y los he abrazado. Esto me ha hecho pensar rápidamente en las palabras del Señor que dijo una vez que todos nos debemos “hacer como los niños” , aunque tengamos cincuenta o sesenta años como yo, o más; debemos ser como niños. Se trata precisamente de la filiación sobrenatural, que echa raíces en nosotros y comienza en el momento del Bautismo. Vosotros que, como neocatecúmenos, estáis centrados en vuestra espiritualidad en el misterio del Bautismo, debéis vivir profundamente el misterio de la filiación divina, el misterio de ser hijos de Dios y todo lo que procede de esta realidad que constituye el auténtico dinamismo de la filiación divina.

Esto es esencialmente lo que os quería decir; pero os lo digo de una manera particular porque sois parroquianos de la parroquia de la Natividad, donde el misterio del Hijo de Dios hecho hombre está en el centro de la vida comunitaria y también porque ya está próxima la fiesta de Navidad. Os deseo que caminéis siempre, y progreséis siempre en esa realidad interior y sobrenatural que es la realidad de la gracia, de la gracia de los hijos adoptivos de Dios, hechos semejantes a su Hijo unigénito que se hizo hombre para atraernos y para hacernos semejantes a Él».
Cuando el Papa acabó de pronunciar estas palabras, Kiko le presentó algunos catequistas itinerantes que, formados en la parroquia de la Natividad, están ahora llevando su testimonio a varios países del mundo. Entre ellos había un joven sacerdote que acababa de volver de América Latina. El sacerdote quiso explicar a Juan Pablo II la dramática situación con que misioneros y catequistas tienen que enfrentarse, especialmente en Centroamérica y en América del Sur.
«Necesitamos, dijo el sacerdote, ser alentados, Santo Padre, porque es muy difícil la situación que Centroamérica está viviendo. Volvemos aquí como San Pablo preguntándonos si corremos en vano, porque nos encontramos en una situación en que no sabemos si la Iglesia es la de la revolución, como muchos dicen allí, o si es anunciar a Jesucristo».

Antes de que el sacerdote hubiese acabado de hablar, el Papa dijo con voz fuerte y clara:

«¡Anunciad a Cristo solamente!

Te doy ya la respuesta: ¡Anunciad a Cristo! ¡A Cristo solamente! (un estruendoso aplauso subrayó las palabras del Supremo Pastor). Puedo añadir -continuó el Santo Padre- que no pasa un solo día sin que yo rece por esos países, sobre todo por los más atormentados, a los cuales sigo con amor y confianza. ¡Tenéis que saber -concluyó el Papa después de una breve pausa- que allí hay también una Madre muy fuerte!».