Eucaristía en los Jardines Vaticanos 3-7-1983

S. Juan Pablo II

Jardines Vaticanos, 3 de julio de 1983

“La mies es mucha pero los obreros son pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Este trozo famoso del Evangelio de Lucas puesto por la liturgia del día, ha sido el centro de la meditación y de la oración llevada a cabo ayer, domingo 3 de julio, por el Santo Padre junto con alrededor de cuatrocientos jóvenes que han vivido la semana pasada en Porto San Giorgio un retiro espiritual de tres días sobre el tema de la vocación. La celebración eucarística, con la que el Papa ha querido demostrar a los jóvenes comprometidos en un serio y responsable camino vocacional su paternal simpatía y su apoyo, se ha desarrollado por la mañana temprano delante del altar de la gruta de Ntra. Sra. de Lourdes en los Jardines Vaticanos. Entre los jóvenes -todos encauzados a la reflexión vocacional por el Camino Neocatecumenal- había unos cincuenta seminaristas de los ciento cincuenta que las Comunidades Neocatecumenales han ofrecido hasta ahora a la Iglesia en Italia. Pero entre estos jóvenes que ayer han orado con el Papa muchos otros, más de sesenta, están preparados para responder a la llamada que el retiro espiritual, apenas acabado, les ha aclarado decisivamente. Alrededor de la gran mesa preparada en el centro de la asamblea, treinta sacerdotes han celebrado con el Papa. Kiko Argüello que con Carmen Hernández, que también estaba presente, es el promotor y animador del Camino Neocatecumenal- ha llevado los cantos de la asamblea.

En la homilía el Santo Padre ha dirigido a la asamblea, las siguientes palabras:

« 1. La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies” (Lc. 10,2). Esta afirmación, empapada de anhelos y abierta a la esperanza, queridos seminaristas y queridos jóvenes, resuena hoy para vosotros reunidos aquí, en esta gruta de Lourdes, al comienzo de una celebración eucarística que se desarrolla en un marco tan sugestivo. Los obreros son pocos: se le presentaba a Jesús este problema, al confiar a sus discípulos la misión de predicar el Evangelio al pueblo, y el mismo problema surge también en nuestros días, actualísimo y siempre apremiante. Innumerables personas, esparcidas por todo el mundo, esperan la palabra de salvación. Problema, pues, de ayer, de hoy, de siempre. Los pueblos de la tierra están en crecimiento numérico continuo y anhelan, de manera más o menos consciente descubrir los valores fundamentales que dan sentido a la vida humana. Además, todos los que han acogido ya el Evangelio corren el riesgo de olvidarlo, asediados, como están, en todas partes, por perspectivas halagüeñas, pero fundamentalmente falaces; tienen, pues, necesidad de quien les ayude a revivir la palabra de Jesús. Y luego la verdad que se ha de comunicar es tan rica y amplia que necesita una continua profundización para desentrañar todo su valor y saborear toda su dulzura. Estas breves alusiones, inspiradas por el Evangelio de hoy, son suficientes para hacernos entrever cuán necesario es pedir incesantemente “al dueño de la mies que mande obreros a su mies” (ib).

2. El mensaje que hay que anunciar es ante todo un mensaje de salvación para el hombre: “Decidles: Está cerca de vosotros el reino de Dios” (Lc. 10,9). El reino de Dios, que es victoria de su amor sobre todo pecado y miseria humana, ya está en medio de vosotros. Además, es un mensaje de esperanza, de consuelo, como anunció el profeta Isaías: “Festejad a Jerusalén, gozad con ella… como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo… al verlo se alegrará vuestro corazón” (Is 66, 13-14). Efectivamente, el hombre está destinado a realizar en Cristo Redentor la plenitud de la vocación divina. Es también un mensaje de paz y de caridad: “Decid primero: paz a esta casa… curad los enfermos que haya” (Lc.10,5-9).
El reino de Dios se va construyendo en la historia ofreciendo ya sobre esta tierra sus frutos de conversión, de unificación, de amor entre los hombres.

3. ¿Cómo deberá ser el apóstol, con qué espíritu desempeñará su misión? Ante todo deberá ser consciente de la realidad difícil y a veces hostil que le espera: “Os mando como corderos en medio de lobos” (Lc. 10,3); la obra del maligno vuelve adversa esta realidad. Por ello el apóstol se esforzará en estar libre de condicionamientos humanos de todo género: “No llevéis talega ni alforja, ni sandalias” (Lc. 10,4) para contar sólo con la Cruz de Cristo de la que proviene nuestra redención, como dice San Pablo en la segunda lectura. Gloriarse en la cruz significa abandonar todo motivo de orgullo personal, a fin de no vivir más que de fe y en acción de gracias por la salvación que ha realizado el sacrificio de Jesús. Lo que queda crucificado es el mundo del egoísmo personal, de la autosuficiencia, de la seguridad en los propios méritos.

Queridos seminaristas y queridos jóvenes: La misión del apóstol es una misión sublime, entusiasmante y que se dirige al bien de todo el mundo; requiere una generosidad tan grande que supera con mucho las capacidades del hombre. Por esto, es necesario elevar nuestro espíritu a lo alto, invocando la ayuda divina, que vosotros impetraréis confiadamente mediante la intercesión de la Madre de Jesús y Madre nuestra. Deseo que seáis apóstoles alegres en el ejercicio de la propia misión, para que seáis conscientes, confiados, espiritualmente libres. Los discípulos enviados por Jesús “volvieron muy contentos” (Lc. 10,17). También vosotros, durante estos años de preparación al sacerdocio, aprendéis el arte de ser alegres, no por motivos humanos, sino basándoos en la certeza de que “vuestros nombres están inscritos en el cielo” (Lc 10,20), esto es, de que sois predestinados del amor de Cristo Jesús. Él os ha llamado de vuestras familias, del seno de vuestras comunidades eclesiales para convertiros en sus colaboradores, sus sacerdotes, dispensadores de sus divinos misterios.

La alegría es obra en nosotros del Espíritu Santo (cf. Gal. 5,22). Confiad a su guía interior, a su apoyo vigoroso e indefectible vuestra vocación, para que pueda madurar “in pace et gaudio” y dar así frutos abundantes de vida eterna».