Encuentro en Viena en presencia de numerosos obispos europeos 13-4-1993

S. Juan Pablo II

Viena, 13-17 abril de 1993

¿Será cristiana la Europa en el año 2000? Para responder a esta pregunta del Santo Padre, 5 Cardenales y 120 obispos provenientes de todos los países de Europa, desde Portugal a Rusia, se han reunido durante cinco días en Viena del 13 al 17 de abril de 1993. El encuentro se ha inaugurado en la mañana del miércoles 14 de abril por el Cardenal Groër que ha señalado la importancia del Camino Neocatecumenal para la Iglesia al umbral del tercer milenio. El vicepresidente del Consejo Pontificio para los laicos Mons. Paul Cordes ha leído la carta del Santo Padre.

Carta a los obispos en Viena

«¡Venerados hermanos en el Episcopado, muy queridos hermanos y hermanas!

Es para mí motivo de gran consolación, el saber que, pocos años después de mi llamada a la Nueva Evangelización de Europa, estáis reunidos en Viena para reflexionar juntos sobre los frutos de la actividad misionera que están desarrollando, con generoso impulso y gran celo por el Evangelio, sacerdotes, itinerantes y familias del Camino Neocatecumenal.

Con ocasión de la apertura de los trabajos de la Asamblea Especial para Europa, el 5 de junio de 1990, ponía de manifiesto con dolor amargo, que, en este nuestro continente, muchos se han acostumbrado a considerar la realidad “como si Dios no existiera”. Con semejante perspectiva -añadía- el hombre “llega a considerarse la fuente de la ley moral, y solamente esa ley, que el hombre se da a sí mismo, constituye la medida de su conciencia y de su comportamiento” (Insegnamenti, vol. XIII, I, 1990, pp, 1517 s.). Por otra parte, no se puede negar que el Espíritu Santo, mediante el Concilio Vaticano II, ha suscitado instrumentos válidos -y entre ellos está el Camino Neocatecumenal- para responder a los interrogantes del hombre contemporáneo. Después de varios años, y a la luz de los resultados conseguidos, he considerado oportuno dar ánimos por escrito a tal experiencia en orden a la Nueva Evangelización, deseando vivamente que viniese ayudada y valorizada por los hermanos en el Episcopado (Cfr. Carta del 30.8.1990).

Muchos de vosotros sois testigos inmediatos de tales resultados y, a la vez, los primeros protagonistas, por la ayuda ofrecida a esta nueva realidad eclesial; por este motivo, vuestra reflexión de hoy es particularmente importante, como lo fue la de los obispos del continente americano, durante el encuentro del año pasado en Santo Domingo.

El Camino Neocatecumenal, en el que maduran los itinerantes y las familias misioneras, puede responder a los desafíos de la secularización, de la difusión de la sectas y de la falta de vocaciones. La reflexión sobre la Palabra de Dios y la participación en la Eucaristía hacen posible una gradual iniciación en los santos misterios, forman células vivas de la Iglesia, y renuevan la vitalidad de la parroquia con la presencia de cristianos maduros, capaces de dar testimonio de la verdad con una fe radicalmente vivida.

Este Camino se muestra particularmente idóneo para contribuir, en las zonas descristianizadas, a la necesaria “reimplantatio Ecclesiae”, llevando al hombre, en su comportamiento moral, a la obediencia a la verdad revelada y reconstruyendo, además, el mismo tejido social destruido por la ausencia del conocimiento de Dios y de su amor. Y ya en algunas regiones se están constituyendo núcleos de familias misioneras que pueden ser luz de Cristo y ejemplo de vida. Pero esa misión no sería posible sin presbíteros preparados para acompañar y sostener, con su ministerio ordenado, esta obra para la Nueva Evangelización.

Estoy agradecido al Señor que ha hecho surgir numerosas vocaciones y, consecuentemente, que se constituyeran seminarios diocesanos y misioneros en varios países de Europa, llamados con el dulce nombre de la virgen María “Redemptoris Mater”.

Pongo también vuestro encuentro bajo su materna protección y su potente inspiración. Ella podrá daros un mayor impulso y fuerza de ánimo en vuestro celo apostólico en favor del hombre contemporáneo, que tiene necesidad de la guía de los Pastores y de los testigos enviados por ellos, para conocer a Dios, invocar su nombre y alcanzar la salvación.

La luz del Señor Resucitado, que hemos celebrado solemnemente en la Vigilia Pascual, siga brillando en vosotros, sosteniéndoos en vuestra misión al servicio de la Iglesia y de toda la Humanidad».

Desde el Vaticano, 12 Abril 1993.

Joannes Paulus II

(*) Cfr.“L’ Osservatore Romano”, 22 de abril de 1993