Homilía en el seminario Redemptoris Mater de Roma 31-10-1993

S. Juan Pablo II

Ciudad del Vaticano – Capilla “Redemptoris Mater”, 31 de octubre de 1993

«Es precisamente la profundización de la vida espiritual, en la aceptación del “radicalismo evangélico”, un terreno más fecundo para hacer surgir una vocación». Lo ha afirmado Juan Pablo II en la homilía pronunciada el domingo 31 de octubre durante la misa celebrada por la comunidad del seminario romano “Redemptoris Mater”.

«¡Alabado sea Jesucristo!
1. ¡Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, hermanos y hermanas todos!
“Nos mostramos amables con vosotros, como una madre cuida con cariño de sus hijos” (l Ts 2, 7): palabras de san Pablo a los Tesalonicenses. Todo presbítero debería poder hacer suyas estas palabras de san Pablo que acabamos de escuchar. La imagen maternal que él se atribuye es, en efecto, una de las más sugestivas para expresar la belleza de la vocación sacerdotal. No solamente indica una rara intensidad de afecto y de entrega, sino que sugiere también la íntima conexión que existe entre el ministerio apostólico y el ministerio del nuevo “nacimiento” en Cristo mediante el Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5-8). La madre que cuida de sus criaturas, la madre que nutre. En cuanto portador de la “palabra divina de la predicación”, el apóstol se siente instrumento de esta regeneración espiritual, se siente como una madre. Encarna para sus hermanos “la maternidad” de la Iglesia. Habiendo sido llamado a engendrarlos en Cristo mediante el Evangelio (cf. 1 Co 4,15), con pleno derecho se siente, con respecto a ellos, no solamente padre, sino también una madre, “padre” y “madre”, dispuesto no solamente a darles el Evangelio, sino “su misma vida” por ellos… (cf. 1 Ts 2, 8).

2. ¡Qué diferencia entre esta imagen del apostolado y la que aparece en las otras dos lecturas, acompañadas por advertencias tajantes y severas! Ésas están dirigidas a los sacerdotes de la antigua alianza, a los escribas, a los fariseos, señalando los peligros de desviación que están siempre acechando también en nuestro ministerio. “Vosotros os habéis extraviado del camino recto, habéis hecho tropezar a muchos con vuestra enseñanza” (Mal 2, 8).
Estas palabras del profeta Malaquías subrayan la gran responsabilidad de los ministros del Altar y de la Palabra. Su incoherencia es doblemente grave, pues va acompañada del escándalo. ¡Ay de quienes deberían ser los educadores del pueblo de Dios y, en cambio, le sirven de tropiezo!
Igualmente duras son las palabras de Jesús refiriéndose a los que se habían sentado en la cátedra de Moisés, no como servidores humildes de la Palabra de Dios, sino como buscadores ávidos del aplauso de los hombres. En ellos, palabra y vida se aparecen en estridente contraste: son maestros de cosas que no cumplen, imponen cargas que no se atreven a llevar y reivindican un título -el de rabí- que no les pertenece, porque «uno sólo es el Maestro: el Cristo» (cfr. Mt 23, 10).

3. La palabra de Dios nos presenta así, por una parte, el modelo auténtico de la vocación apostólica y sacerdotal, y por otra, sus posibles degeneraciones. La Palabra de Dios en esta liturgia viene a propósito para este encuentro con vosotros, “Redemptoris Mater”, responsables y estudiantes, clérigos del seminario romano que lleva el mismo nombre que esta capilla: “Redemptoris Mater”. Esto nos recuerda tanto la Redención, nos recuerda la “Redemptoris Hominis”, la “Redemptoris Mater”, la “Redemptoris Custos”, y también la “Redemptoris Missio”, todo en el mismo contexto. Saludo, pues, a los seminaristas y a los superiores del “Redemptoris Mater” en esta capilla dedicada a la Redemptoris Mater. Saludo al Cardenal vicario de Roma, Camilo Ruini, que en cierto sentido es el primer responsable de vuestro seminario, pues, distinguiéndose por su finalidad misionera, se configura como seminario de la diócesis de Roma y lo es. Saludo a vuestro rector, monseñor Julio Salimei, y a vuestro padre espiritual, monseñor Maximino Romero de Lema y les doy las gracias a los dos por haberse hecho cargo de estas importantes tareas de la educación del “Redemptoris Mater”, después de tantos años de trabajo en la Curia romana y en el Vicariato de Roma. Os saludo a todos vosotros, amadísimos seminaristas, os saludo uno por uno, viendo en vosotros futuros sacerdotes, que han hecho ya una elección y se preparan para el sacerdocio de Cristo. Es significativo e importante que hayáis descubierto la vocación sacerdotal siguiendo el Camino Neocatecumenal y ahora prosigáis vuestro itinerario formativo ateniéndoos, como es preciso, a las orientaciones que la Iglesia da para todos los candidatos al sacerdocio. La meta a la que tendéis es un profundo arraigo en Cristo, acompañado por la adhesión total, cordial a la Iglesia. Ésta es la base irrenunciable de una auténtica formación sacerdotal y también la garantía de la bendición de Dios en este camino sacerdotal y Neocatecumenal; Neocatecumenal y misionero; apostólico y misionero.

Por eso, me alegro al saber que, como las vuestras, muchas otras vocaciones están floreciendo en el sendero de vuestra espiritualidad, el Camino Neocatecumenal, no sólo aquí en Roma, sino también en varios lugares, en varios países de Europa y del mundo entero. Es precisamente la profundización de la vida espiritual, en este Camino, la que encuentra, en la aceptación del “radicalismo evangélico”, un terreno más fecundo para hacer surgir una vocación. Dios no deja de llamar, pero sólo la intimidad profunda con Cristo permite escuchar la voz, aceptarla con prontitud y seguirla con perseverancia.

4. No se puede ser “generadores” de fe si antes no se ha sido “engendrados” por la fe. Pablo podía anunciar a Cristo, porque también podía decir con toda verdad: “No soy yo el que vivo, sino Cristo el que vive en mi” (Ga 2, 20). Así podía anunciar a Cristo, pues habla sido antes engendrado por Cristo, convertido por Cristo, permeado por Cristo. Entonces no reivindicaba un título impropio, como el que prohíbe el Evangelio de hoy, cuando se sentía y se decía “padre” de sus comunidades, porque su paternidad no era otra cosa que la transparente manifestación de la de Dios. Y, al mismo tiempo, se decía “madre”, es más, daba una cierta prioridad a la maternidad apostólica, que le era propia, con respecto a esas comunidades. En efecto, el misterio del sacerdocio se ha de ver en su íntima conexión con el misterio de Cristo. A toda la Iglesia corresponde hacer que Cristo, de alguna manera, sea “visible”, presente en la historia de los hombres, pero compete en primer lugar al sacerdote, al presbítero, llamado a actuar “in persona Christi”, llamado a representarlo como “pastor” y “cabeza” de su pueblo, de su rebaño, de su comunidad.
El sacerdote debe ser una persona conquistada, “alcanzada” por Cristo (cfr. Flp 3, 12). Ministerio realmente “grande”, pero con una grandeza caracterizada por la humildad del servicio: “El mayor entre vosotros sea vuestro servidor”. (cfr. Mt 23, 11), así dice Jesús.

5. Os saludo, una vez más, en esta capilla “Redemptoris Mater”, me alegro tanto de poder celebrar con vosotros esta Eucaristía que ofrezco al Señor por vuestra perseverancia. Que Dios os ayude a caminar por los senderos de la santidad, de la alegría, hacia todos los pueblos a los que su Providencia os guiará. ¡Qué bien que el Cardenal Vicario nos ha dejado este domingo libre! ¡no tengo que visitar ninguna parroquia de Roma! Junto al seminario romano está el “Redemptoris Mater” ¡valía la pena encontrar este domingo libre!

Os deseo la presencia, el sostén de María, Santísima Madre del Redentor. Encomendándoos a ella, a su maternidad os sentiréis realmente “tranquilos y serenos”, como “niños en brazos de su madre” (las palabras del salmo responsorial de hoy). María os obtenga el gastaros con el ardor del apóstol Pablo por el Reino de Dios, con total fidelidad y obediencia a la Iglesia, a la Iglesia que es también Madre, como nos enseña toda la tradición, el Vaticano II: la Iglesia es también Madre, a imitación de la Madre de Cristo. Esta Iglesia os engendra, os ha engendrado a la fe y en esta Iglesia habéis sido llamados a ser presbíteros, a servir hasta el fin de vuestra vida. Así sea».