Encuentro del Papa con movimientos y nuevas comunidades 30-5-1998

S. Juan Pablo II

Plaza de San Pedro, 30 de mayo de 1998 *

Por exigencias de espacio publicamos aquí a continuación sólo el artículo que se refiere al Camino Neocatecumenal que “L’Osservatore Romano” ha publicado con fecha 29 de mayo de 1998.

En la Iglesia primitiva, cuando el mundo era pagano, el que quería hacerse cristiano debía iniciar un «catecumenado», que era un itinerario de formación para prepararse al Bautismo. Hoy el proceso de secularización ha hecho que mucha gente abandone la fe y la Iglesia: por eso es necesario un itinerario de formación al cristianismo. El Camino Neocatecumenal no es un movimiento o una asociación, sino un instrumento en las parroquias al servicio de los obispos para devolver a la fe a tanta gente que la ha abandonado. Iniciado en los años 60 en uno de los barrios más pobres de Madrid por Kiko Argüello y Carmen Hernández, fue promovido por el entonces arzobispo de Madrid, Casimiro Morcillo, que constató en aquel primer grupo un verdadero descubrimiento de la Palabra de Dios y una actuación práctica de la renovación litúrgica promovida precisamente en aquellos años del Concilio. Vista la experiencia positiva en las Iglesias de Madrid, en 1974 la congregación para el Culto Divino eligió el nombre de «Camino Neocatecumenal» para esta experiencia. Se trata de un camino de conversión a través del cual se pueden redescubrir las riquezas del Evangelio. En estos años el Camino se ha difundido en 850 diócesis de 105 naciones, con 15000 comunidades en 4500 parroquias. En 1987 se ha abierto en Roma el seminario misionero internacional “Redemptoris Mater” que acoge a jóvenes que han madurado su vocación en una Comunidad Neocatecumenal y que se muestran disponibles a cualquier parte del mundo. Sucesivamente muchos obispos han seguido la experiencia de Roma y hoy en el mundo hay 35 seminarios diocesanos misioneros “Redemptoris Mater” donde se están formando más de mil seminaristas. Recientemente, respondiendo a la llamada del Papa para la Nueva Evangelización, muchas familias que han recorrido el Camino se han ofrecido para ayudar a la misión de la Iglesia partiendo a vivir en las zonas más secularizadas y descristianizadas del mundo, preparando el nacimiento de nuevas parroquias misioneras. Al inicio del encuentro, después de las palabras de bienvenida del Cardenal Stafford, han dado su experiencia: Chiara Lubich, Kiko Argüello, Mons. Luigi Giussani y Jean Venier. Intervención de Kiko Argüello con ocasión del encuentro del Santo Padre con los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades.

«Estamos contentísimos, Santo Padre, porque Usted nos ha convocado para dar gracias al Señor por los dones maravillosos de apostolado, de evangelización, de santidad, de amor, que el Espíritu Santo está suscitando en la Iglesia, como fruto del Concilio, para prepararla a la evangelización del mundo secularizado, para hacerla capaz de actuar la Nueva Evangelización.

Gracias por la ocasión que se me ofrece de dar gracias a Dios delante de Pedro y conmigo todos estos hermanos, que en su mayor parte eran alejados de la Iglesia. Por el miedo a la muerte vivían, como yo, esclavos del demonio, como dice la Carta a los Hebreos (cfr. Heb 2,14-15). Pero Dios ha enviado a su Hijo para liberarnos. Cristo, con su muerte y resurrección, ha quitado el poder al demonio. Resucitado y ascendido al cielo, presenta al Padre sus llagas por todos los hombres, y nos envía el Espíritu Santo. Así el Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios (cfr. Rom 8, 16), hombres salvados del poder del pecado y de la muerte, salvados de la seducción de la carne y de los engaños del mundo, pero sobre todo de la condena de buscarnos en todo a nosotros mismos. Él, Cristo, nos ha hecho partícipes de su naturaleza. Podemos amar como Él nos ha amado. Amar más allá de la muerte, porque nos da su vida, nos da la vida eterna.

Pero, ¿cómo llevar esta riqueza inmensa a todos los hombres, con un lenguaje nuevo en un camino que les pueda gestar en la vida divina? He aquí el Camino Neocatecumenal. Dios me ha mandado a mí y a Carmen Hernández, a vivir entre los pobres. También querría que Carmen me acompañase un momento (llama a Carmen: Carmen, ven aquí, ven aquí). El Señor nos ha enviado a vivir entre los pobres, donde, junto a los más miserables, nos ha hecho encontrar una síntesis de predicación, un kerigma en el redescubrimiento del Misterio Pascual en una liturgia viva, que transforma la vida de las personas, y sobre todo hace aparecer la pequeña comunidad cristiana. Todo partiendo del Concilio Vaticano II. Somos un instrumento para ayudar a llevar la renovación del Concilio a las parroquias. Porque ha sido el Concilio, pensamos nosotros, la respuesta del Espíritu Santo a los desafíos del Tercer Milenio, sobre todo al desafío de la secularización.

Usted, Santo Padre, en el simposio de los obispos europeos, después de haber hablado de la secularización que destruye la familia ha dicho a los obispos en 1985: “El Espíritu Santo ha respondido ya a este desafío, ha suscitado ya la respuesta. Porque es Cristo el que salva a su Iglesia”. Invitaba a los obispos a buscar los signos donde el Espíritu Santo estaba ya soplando. Decía que era urgente una Nueva Evangelización, que se inspirase en el “primerísimo modelo apostólico”. También entonces había una unificación de la cultura, la “pax romana” había unificado el mundo mediterráneo: una sola lengua, una sola cultura, que ha permitido a la Iglesia primitiva expandirse rápidamente. Pues bien, Santo Padre, vea esta plaza, llena de tantos hermanos. Vea cuántas realidades eclesiales: sus palabras de hace trece años han sido proféticas. ¡He aquí el soplo del Espíritu Santo que quiere ayudar a renovar a su Iglesia! Para evangelizar al hombre contemporáneo hacen falta signos que lo llamen a la fe. Dice Cristo: “amaos como yo os he amado y el mundo conocerá que sois mis discípulos (cfr. Jn 13,34-35)”, sed perfectamente uno y el mundo creerá (cfr. Jn 17,21). Pero nosotros preguntamos: ¿dónde, en nuestras parroquias se encuentra esta estatura de fe, que se pueda hacer sacramento, signo, para el hombre secularizado? ¿Dónde está este amor al enemigo hecho visible, como Cristo nos ha amado cuando nosotros éramos sus enemigos? (cfr. Rom 5,8-10).

El Camino Neocatecumenal quiere ser también, como tantas otras realidades eclesiales, un itinerario en las parroquias para hacer crecer la fe bautismal, y llegar a formar comunidades cristianas que visibilicen el amor de Cristo a todos los hombres, un amor nuevo, una verdadera novedad para el mundo, el amor al enemigo, el amor en la dimensión de la Cruz.
Para llegar a esta estatura de la fe nosotros decimos que tenemos que hacer pequeñas comunidades como la Sagrada Familia de Nazaret, donde el Bautismo que hemos recibido pueda crecer, como le ha sucedido al Hijo de Dios, que ha tenido necesidad de una comunidad para crecer como hombre y hacerse adulto. Es necesario que nuestra fe se haga adulta y pueda dar signos al hombre moderno. Santidad, hemos visto surgir frutos enormes en este itinerario de fe: familias reconstruidas, familias abiertas a la vida con más de seis-siete hijos, también nueve hijos, tantos jóvenes salvados de la droga, millares de vocaciones para los seminarios y para la vida consagrada y contemplativa, familias que se ofrecen para evangelizar en las zonas más difíciles. Todo esto no hubiera sido posible sin la ayuda de los obispos, pero sobre todo, sin la ayuda de Pedro. ¡Pedro! Pablo VI la primera vez que nos ha visto nos ha defendido de tantas acusaciones diciendo: “Vosotros hacéis después del Bautismo lo que la Iglesia primitiva hacía antes del Bautismo”. Y añade: “el antes o el después es secundario, lo importante es que vosotros miráis a la autenticidad, a la plenitud de la vida cristiana y esto es mérito grandísimo que nos consuela enormemente” (Pablo VI, Alocución a las Comunidades Neocatecumenales en la Audiencia del 8 de mayo de 1974).

Pero, sobre todo Usted, Santidad, visitando las parroquias de Roma, más de doscientas veces nos ha hablado con tanta valentía, enviando familias, animándonos a abrir seminarios “Redemptoris Mater”. Usted, confirmándonos, ayudándonos, caminando con nosotros, aceptando dejarse fotografiar con cada familia enviada en misión, para que todos supieran que eran familias enviadas por el Papa, ayudándonos con la liturgia, viniendo Usted mismo a celebrar la Eucaristía con nosotros, para animar a todos los obispos y sobre todo, reconociendo el Camino, en su carta a Mons. Cordes, diciendo: “Reconozco el Camino Neocatecumenal como un itinerario de formación católica, válida para los tiempos actuales y para el hombre de hoy” (Juan Pablo II, Carta “Ogniqualvolta” a Mons. Paul Josef Cordes, 30 de agosto de 1990). Termino diciendo: Santidad, continúe ayudándonos, porque esta obra nos supera inmensamente y nosotros nos sentimos pobrísimos, siervos inútiles, peor aún, ¡total impedimento! Sin Pedro no podríamos seguir adelante. Gracias por todo».

Reseñamos el discurso del Santo Padre Juan Pablo II a las quinientas mil personas pertenecientes a los movimientos eclesiales y a las Nuevas Comunidades que -en la tarde del sábado 30 de mayo- han participado en la Plaza de San Pedro en el excepcional encuentro:
“De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (Hch 2, 2-4).

«¡Amadísimos hermanos y hermanas!:
1. Con estas palabras los Hechos de los Apóstoles nos introducen en el corazón del evento de Pentecostés; nos presentan a los discípulos que, reunidos con María en el cenáculo, reciben el don del Espíritu. Se realiza así la promesa de Jesús y se inicia el tiempo de la Iglesia. Desde ese momento, el viento del Espíritu llevará a los discípulos de Cristo hasta los últimos confines de la tierra. Los llevará hasta el martirio por el intrépido testimonio del Evangelio. Lo que sucedió en Jerusalén hace dos mil años, es como si esta tarde se renovara en esta plaza, centro del mundo cristiano. Como entonces los apóstoles, también nosotros nos encontramos reunidos en un gran cenáculo de Pentecostés, anhelando la efusión del Espíritu. Aquí queremos profesar con toda la Iglesia que «uno sólo es el Espíritu, (…) uno sólo el Señor, uno sólo es Dios, que obra todo en todos» (1 Co 12, 4-6). Éste es el clima que queremos revivir, implorando los dones del Espíritu Santo para cada uno de nosotros y para todo el pueblo de los bautizados.

2. Saludo y agradezco al Cardenal James Francis Stafford, presidente del Consejo Pontificio para los laicos, las palabras que ha querido dirigirme, también en nombre vuestro, al inicio de este encuentro. Asimismo, saludo a los Cardenales y obispos presentes. Dirijo mi agradecimiento en particular a Chiara Lubich, Kiko Argüello, Jean Vanier y mons. Luigi Giussani, por sus conmovedores testimonios. Saludo también a los fundadores y responsables de las nuevas comunidades y de los movimientos aquí representados. Quiero dirigirme a cada uno de vosotros, hermanos y hermanas pertenecientes a los distintos movimientos eclesiales. Habéis acogido con prontitud y entusiasmo la invitación que os dirigí en Pentecostés del año 1996, y os habéis preparado esmeradamente, bajo la dirección del Consejo Pontificio para los Laicos, para este extraordinario encuentro, que nos proyecta hacia el gran jubileo del año 2000. Este acontecimiento es verdaderamente inédito: por primera vez los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales se reúnen, todos juntos, con el Papa. Es el gran «testimonio común» que recomendé para el año dedicado al Espíritu Santo, en el camino de la Iglesia hacia el gran jubileo. El Espíritu Santo está aquí con nosotros. Él es el alma de este admirable acontecimiento de comunión eclesial. En verdad, “éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal 117, 24).

3. En Jerusalén, hace casi dos mil años, el día de Pentecostés, ante una multitud asombrada y burlona por el cambio inexplicable que notaba en los apóstoles, Pedro proclama con valentía: “a Jesús de Nazaret, hombre acreditado por Dios entre vosotros (…) lo matasteis clavándolo en la cruz por mano de los impíos; pero, Dios lo resucitó” (Hch 2, 22-24). Esas palabras de san Pedro manifiestan la autoconciencia de la Iglesia, fundada en la certeza de que Jesucristo está vivo, actúa en el presente y cambia la vida.
El Espíritu Santo, que ya actuó en la creación del mundo y en la antigua alianza, se revela en la Encarnación y en la Pascua del Hijo de Dios, y casi “estalla” en Pentecostés para prolongar en el tiempo y en el espacio la misión de Cristo Señor. El Espíritu constituye así la Iglesia como corriente de vida nueva, que fluye en la historia de los hombres.

4. A la Iglesia que, según los Padres, es el lugar «donde florece el Espíritu» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 749), el Consolador ha donado recientemente con el Concilio Vaticano II un renovado Pentecostés, suscitando un dinamismo nuevo e imprevisto. Siempre, cuando interviene, el Espíritu produce estupor. Suscita eventos cuya novedad asombra; cambia radicalmente a las personas y la historia. Ésta fue la experiencia inolvidable del concilio ecuménico Vaticano II, durante el cual, bajo la guía del mismo Espíritu, la Iglesia redescubrió que la dimensión carismática es parte constitutiva de su esencia: “El mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige al pueblo de Dios mediante los sacramentos y los ministerios y lo llena de virtudes. También reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier estado o condición .y distribuye sus dones a cada uno según quiere (1 Co 12, 11). Con esos dones hace que estén preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más la Iglesia” (Lumen Gentium, 12). Los aspectos institucional y carismático son casi co-esenciales en la constitución de la Iglesia y concurren, aunque de modo diverso, a su vida, a su renovación y a la santificación del pueblo de Dios. Partiendo de este providencial redescubrimiento de la dimensión carismática de la Iglesia, antes y después del Concilio se ha consolidado una singular línea de desarrollo de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades.

5. Hoy la Iglesia se alegra al constatar el renovado cumplimiento de las palabras del profeta Joel, que acabamos de escuchar: “Derramaré mi Espíritu Santo sobre cada persona…” (Hch 2, 17). Vosotros, aquí presentes, sois la prueba tangible de esta “efusión” del Espíritu. Cada movimiento difiere del otro, pero todos están unidos en la misma comunión y para la misma misión. Algunos carismas suscitados por el Espíritu irrumpen como viento impetuoso que aferra y arrastra a las personas hacia nuevos caminos de compromiso misionero al servicio radical del Evangelio, proclamando sin cesar las verdades de la fe, acogiendo como don la corriente viva de la tradición y suscitando en cada uno el ardiente deseo de la santidad. Hoy, a todos vosotros, reunidos en la plaza de San Pedro, y a todos los cristianos quiero gritar: ¡Abríos con docilidad a los dones del Espíritu! ¡Acoged con gratitud y obediencia los carismas que el Espíritu concede sin cesar! No olvidéis que cada carisma es otorgado para el bien común, es decir, en beneficio de toda la Iglesia.

6. Por su naturaleza, los carismas son comunicativos, y suscitan la “afinidad espiritual entre las personas” (cf. Christifideles laici, 24) y la amistad en Cristo, que da origen a los “movimientos”. El paso del carisma originario al movimiento ocurre por el misterioso atractivo que el fundador ejerce sobre cuántos participan en su experiencia espiritual. De este modo, los movimientos reconocidos oficialmente por la autoridad eclesiástica se presentan como formas de autorrealización y reflejos de la única Iglesia. Su nacimiento y difusión han aportado a la vida de la Iglesia una novedad inesperada, a veces incluso sorprendente. Esto ha suscitado interrogantes, malestares y tensiones; algunas veces ha implicado presunciones e intemperancias, por un lado; y no pocos prejuicios y reservas, por otro. Ha sido un período de prueba para su fidelidad, una ocasión importante para verificar la autenticidad de sus carismas. Hoy ante vosotros se abre una etapa nueva: la de la madurez eclesial. Esto no significa que todos los problemas hayan quedado resueltos. Más bien, es un desafío, un camino por recorrer. La Iglesia espera de vosotros frutos “maduros” de comunión y de compromiso.

7. En nuestro mundo, frecuentemente dominado por una cultura secularizada que fomenta y propone modelos de vida sin Dios, la fe de muchos es puesta a dura prueba y no pocas veces sofocada y apagada. Se siente, entonces, con urgencia la necesidad de un anuncio fuerte y de una sólida y profunda formación cristiana. ¡Cuánta necesidad existe hoy de personalidades cristianas maduras, conscientes de su identidad bautismal, de su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo! ¡Cuánta necesidad de comunidades cristianas vivas! Y aquí entran los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales: son la respuesta, suscitada por el Espíritu Santo, a este dramático desafío del fin del milenio. Vosotros sois esta respuesta providencial. Los verdaderos carismas no pueden menos de tender al encuentro con Cristo en los sacramentos. Las realidades eclesiales a las que os habéis adherido os han ayudado a redescubrir vuestra vocación bautismal, a valorar los dones del Espíritu recibidos en la confirmación, a confiar en la misericordia de Dios en el sacramento de la reconciliación y a reconocer en la Eucaristía la fuente y el culmen de toda la vida cristiana. De la misma manera, gracias a esta fuerte experiencia eclesial, han nacido espléndidas familias cristianas abiertas a la vida, verdaderas Iglesias domésticas; han surgido muchas vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida religiosa, así como nuevas formas de vida laical inspiradas en los consejos evangélicos. En los movimientos y en las nuevas comunidades habéis aprendido que la fe no es un discurso abstracto ni un vago sentimiento religioso, sino vida nueva en Cristo, suscitada por el Espíritu Santo.

8. ¿Cómo conservar y garantizar la autenticidad del carisma? Es fundamental, al respecto, que cada movimiento se someta al discernimiento de la autoridad eclesiástica competente. Por esto, ningún carisma dispensa de la referencia y de la sumisión a los pastores de la Iglesia. Con palabras muy claras el Concilio escribe: “El juicio acerca de su (de los carismas) autenticidad y la regulación de su ejercicio pertenece a los que dirigen la Iglesia. A ellos compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo bueno (cf. 1 Ts 5, 12 y 19-21)” (Lumen Gentium, 12). Esta es la garantía necesaria de que el camino que recorréis es el correcto. En la confusión que reina en el mundo de hoy es muy fácil equivocarse, ceder a los engaños. En la formación cristiana que dan los movimientos no ha de faltar jamás el elemento de esta obediencia confiada a los obispos, sucesores de los apóstoles, en comunión con el Sucesor de Pedro. Conocéis los criterios de eclesialidad de las asociaciones laicales, que recoge la exhortación apostólica “Christifideles laici” (cf. n. 30). Os pido que los aceptéis siempre con generosidad y humildad, insertando vuestras experiencias en las Iglesias locales y en las parroquias, permaneciendo siempre en comunión con los pastores y atentos a sus indicaciones.

9. Jesús dijo: “He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!” (Lc 12, 49). Mientras la Iglesia se prepara a cruzar el umbral del tercer milenio, acojamos la invitación del Señor, para que su fuego se encienda en nuestro corazón y en el de nuestros hermanos. Hoy, en este cenáculo de la plaza de San Pedro, se eleva una gran oración: «¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven y renueva la faz de la tierra! ¡Ven con tus siete dones! ¡Ven, Espíritu de vida, Espíritu de verdad, Espíritu de comunión y de amor! La Iglesia y el mundo tienen necesidad de ti. ¡Ven, Espíritu Santo, y haz cada vez más fecundos los carismas que has concedido! Da nueva fuerza e impulso misionero a estos hijos e hijas tuyos aquí reunidos. Ensancha su corazón y reaviva su compromiso cristiano en el mundo. Hazlos mensajeros valientes del Evangelio, testigos de Jesucristo resucitado, Redentor y Salvador del hombre. Afianza su amor y su fidelidad a la Iglesia. A María, primera discípula de Cristo, Esposa del Espíritu Santo y Madre de la Iglesia, que acompañó a los apóstoles, en el primer Pentecostés, dirijamos nuestra mirada para que nos ayude a aprender de su fiat la docilidad a la voz del Espíritu. Hoy, desde esta plaza, Cristo os repite a cada uno: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15). Él cuenta con cada uno de vosotros. La Iglesia cuenta con vosotros. El Señor os asegura: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 10). Estoy con vosotros. Amén».

(*) Cfr. «L’Osservatore Romano», 1-2 junio 1998.