Eucaristía y envío de las familias para la “Nueva Evangelización” 30-12-1988

S. Juan Pablo II

Fiesta de la Sagrada Familia
Porto San Giorgio, 30 de diciembre de 1988

La Misión de la Verdad, del Amor, de la Vida

“Con todas vuestras oraciones, con vuestro testimonio, con vuestra fuerza, debéis ayudar a la familia, debéis protegerla contra cualquier destrucción de la misma”, ha dicho Juan Pablo II dirigiéndose a las familias Neocatecumenales que van a partir para la misión y que en la mañana de hoy, viernes 30 de diciembre, han participado en la Santa Misa celebrada por el Papa en el Centro “Siervo de Yahveh” de Porto San Giorgio. Durante la homilía el Santo Padre ha recordado también a los presentes que “hoy es el día en que debe hablarnos la Sagrada Familia a través de nuestra asamblea…”

Este es el texto de la homilía pronunciada por Juan Pablo II:


«Alabado sea Jesucristo. Carísimos, estamos viviendo el período natalicio. En este período vivimos en la fe el gran Misterio Divino, el misterio de la Santísima Trinidad en Misión. Se sabía y se nos confirma que Dios es uno y único.

Podemos aceptar todo cuanto ha dicho Pablo, cuando hablaba en el Areópago, que Dios es el absoluto, el espiritual en el cual vivimos, nos movemos y estamos. Pero no se sabía, e incluso hoy viene aceptada con mucha dificultad, la profunda realidad del Dios Trinidad, en el cual nos movemos y vivimos. Y Él, Trinidad en misión, no es solamente un ente absoluto, superior a todos, sino que es el Padre en su infinita e inescrutable realidad, que engendra desde la eternidad sin principio su Verbo.

Con este su Verbo vive el inefable misterio del Amor, que es una persona y no solamente una relación interpersonal; es una persona, el Hijo engendrado, el Espíritu, Amor espirado.

La Navidad nos recuerda cada año este misterio de la Trinidad en misión, en la noche de Belén, esta misión del Hijo, enviado por el Padre para traernos el Espíritu del cual ha sido concebido en la Virgen. Viene para traernos este Espíritu. La Noche de Navidad es esa Noche en la cual la realidad del Dios-comunión, unidad en la Divinidad, unidad absoluta, unidad en la comunión, se nos acerca a nuestra mente humana, a nuestros ojos, a nuestra historia y se nos hace visible. Se hace visible el misterio escondido, el “Mysterium absconditum a saeculis”, el misterio escondido desde siempre se hace visible. A través de esta pobre realidad del nacimiento del Señor, del Pesebre, de la Noche de Belén, de María y de José, se revela el gran misterio de la Trinidad en misión. ¡He ahí a nuestro Dios, he ahí a nuestro Dios! ¡Misterio inefable! Así debemos hablar, así debemos confesar y testimoniar, conociendo nuestra insuficiencia delante del misterio inescrutable de Dios, unidad divina, unidad de la divinidad y al mismo tiempo unidad en la comunión.

En este período natalicio la Santa Madre Iglesia nos hace celebrar, hoy, otro misterio humano: la Sagrada Familia de Nazaret. Nosotros contemplamos esta realidad, este misterio de la Trinidad en misión: la contemplamos durante el período natalicio con una profundidad especial y con una alegría intensa porque esta misión -el Verbo enviado en persona para hablar de su Padre, de la realidad divina, el Verbo viene en esta noche como un recién nacido humano, pobre, despojado de todo; despojado desde este momento- porque en esta misión, decía, no puede nacer de otro modo. Ninguna riqueza humana podía ofrecer un contexto adecuado al nacimiento humano del Hijo eterno de Dios. Solamente aquella pobreza, aquel abandono, aquel pesebre, aquella noche de Belén, podía ofrecerlo. Ha sido justo que no pudiera encontrar ningún alojamiento en este pueblecito.

Carísimos, contemplemos esta realidad divina, la Santísima Trinidad en misión, y al mismo tiempo, sintamos cómo son insuficientes nuestros conceptos humanos, nuestras pobres palabras humanas para hablar de este misterio. Sin embargo, aquel que ha sido enviado, el Verbo, viene para hablar y para hacernos hablar. Más aún, encontró a los más sencillos para volver a tomar esta Palabra, esta Palabra divina: encontró a los más sencillos. Debemos decir que hoy contemplamos la familia en misión, porque la Sagrada Familia no es otra cosa, es esto: la familia humana en misión divina. En esta familia humana, como una comunidad pequeña se nos muestra, al mismo tiempo, como una gran comunidad humana que se encuentra en misión divina: esta es la Iglesia. La Iglesia, sobre todo en el Concilio Vaticano II, ha reconocido su carácter de familia y su carácter misionero. Es una gran familia en misión. Dentro de esta gran familia-Iglesia se refleja junto con la misión del Verbo, el Hijo, la misión del Espíritu Santo que es Amor encuentra cualquier familia humana, cualquier comunidad familiar, como familia en misión. Se ha hablado mucho de la familia como sociedad más pequeña, más básica y esto es verdad. Pero cuando vemos el misterio principal constituido por la Trinidad en misión no podemos ver la familia fuera de este contexto: también ella está en misión. Su misión verdaderamente es aquella fundamental, fundamental para la misión divina del Verbo, para la misión divina del Espíritu Santo; es fundamental.

La misión divina del Verbo es la de hablar, la de dar testimonio del Padre. La familia es la que habla la primera, la que primero revela este misterio, la que primero da testimonio de Dios, del Padre, delante de las nuevas generaciones. Su palabra es más eficaz. Así, toda familia humana, toda familia cristiana, se halla en misión.

Esta es la misión de la Verdad. La familia no puede vivir Iglesia Santa de Dios, tú no puedes realizar tu misión, no puedes cumplir tu misión en el mundo, si no es a través de la familia y de su misión sin Verdad, más aún, ella es el lugar en el cual existe una sensibilidad extrema para la Verdad. Si falta la Verdad en las relaciones, en la comunión de las personas -marido, mujer, padres, madres, hijos-se rompe la comunión, se destruye la misión. Vosotros sabéis bien cómo esta comunión de la familia sea sutil, delicada, fácilmente vulnerable. Así se refleja en la familia, junto con la misión del Verbo, del Hijo, la misión del Espíritu Santo que es Amor. La familia está en misión y esta misión es fundamental para cualquier pueblo, para la humanidad entera; es la misión del Amor y de la Vida, es el testimonio del Amor y de la Vida.

Carísimos, he venido aquí con mucho gusto. He acogido con sumo gusto vuestra invitación a venir aquí en la fiesta de la Sagrada Familia para orar, junto con vosotros, por la cosa más importante y fundamental de la misión de la Iglesia: por la renovación espiritual de la familia, de las familias humanas y cristianas de cualquier pueblo, de cualquier nación, especialmente por nuestro mundo occidental, más avanzado, más marcado por los signos y beneficios del progreso, pero también marcado por la falta de este progreso unilateral. Si hay que hablar de una renovación, de una regeneración de la sociedad humana, incluso de la Iglesia como una sociedad de hombres, se debe comenzar por este punto, por esta misión. Iglesia Santa de Dios, tú no puedes realizar tu misión, no puedes cumplir tu misión en el mundo, si no es a través de la familia y de su misión.

Esta es la finalidad por la que he acogido vuestra invitación para estar juntos y orar juntos en este ambiente compuesto, principalmente, de familias, de esposos, de niños y de familias. Pienso que vosotros como familias itinerantes, Neocatecumenales, hacéis lo mismo llevar por doquier, a los ambientes más descristianizados, el testimonio de la misión de la familia. Vosotros sois comunión, comunión de personas, como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo itinerantes. Es una cosa bella. Vemos que también la Familia de Nazaret es una familia itinerante. Lo ha sido pronto, desde los primeros días de Divino Niño, del Verbo encarnado. Debió convertirse en familia itinerante e, incluso, refugiada.

Tantas realidades dolorosas de nuestro tiempo la de los refugiados y la de los emigrados están ya presentes en la Sagrada Familia de Nazaret. Para vosotros ella es una familia itinerante porque va a todas partes: va a Egipto, vuelve a Nazareth, va a Jerusalén con Jesús a los doce años, siempre va por doquier llevando un testimonio de la misión de la familia, la divina misión de una familia humana. Pienso que vosotros, como familias itinerantes, Neocatecumenales, hacéis lo mismo, constituís la finalidad de vuestra itinerancia que es la de llevar por doquier, en los ambientes más descristianizados, un testimonio en la misión de la familia. Es un gran testimonio, humanamente grande, cristianamente grande, divinamente grande, porque un tal testimonio, la misión de la familia está inscrita en el surco de la Santísima Trinidad. No existe en este mundo una imagen más perfecta, más completa de lo que Dios es: Unidad, Comunión. No hay otra realidad humana que corresponda mejor a aquel misterio divino. Y así, llevando como itinerantes el testimonio que es propio de la familia, de la familia en misión, lleváis por doquier el testimonio de la Santísima Trinidad en misión. Así hacéis crecer la Iglesia porque ella crece con estos dos misterios. Como nos enseña el Concilio Vaticano II, toda la vitalidad de la Iglesia viene finalmente o principalmente, de este misterio, de este misterio de la Trinidad en misión. Por otro lado lleváis el testimonio de la familia en misión que tratar de caminar sobre las huellas de la Trinidad en misión. De esta manera se lleva también un mensaje, el mensaje de Belén el mensaje alegre de la Navidad. Sabemos que este mensaje según la tradición y las costumbres, ha estado siempre unido a las familias humanas, es la fiesta de la familia. Se debe dar a esta fiesta un respiro profundo, una dimensión plena, humanamente plena, cristianamente plena, divinamente plena porque este misterio humano, esta realidad humana de la familia está radicada en el misterio divino, en el misterio del Dios comunión. Vosotros sois comunión, comunión de personas, como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Sois comunión de personas, sois unidad. Sois unidad y no podéis no ser unidad. Si no sois unidad, no sois comunión; si sois comunión, sois unidad. Hay muchas familias en este mundo avanzado, rico, opulento, que pierden su unidad, pierden la comunión, pierden las raíces. Vosotros sois itinerantes para llevar un testimonio de estas raíces; esta es vuestra catequesis, este es vuestro testimonio Neocatecumenal: por eso hablamos de los frutos del Santo Bautismo. Sabemos bien que el Sacramento del Matrimonio, la familia, todo esto crece en el Sacramento del Bautismo, partiendo de su riqueza.

Crecer desde el Bautismo quiere decir crecer desde el misterio pascual de Cristo. A través del sacramento del agua y del Espíritu Santo, estamos inmersos en este misterio pascual de Cristo que es su muerte y su Resurrección. Somos inmersos para encontrar la plenitud de vida y la plenitud de la persona, pero al mismo tiempo, la dimensión de la familia para llevar, para inspirar -con esta novedad de vida- los ambientes diversos, las sociedades, los pueblos, las culturas, la vida social, la vida económica… Todo esto a través de la familia. Vosotros debéis ir por todo el mundo para repetir que es “a través de la familia”, no a costa de las familias. Sí, vuestro programa debe ser plenamente evangélico, llenos de ánimos a la hora de testimoniar y llenos de ánimo a la hora de hablar delante de todos, sobre todo delante de nuestros hermanos, delante de las personas humanas, delante de nuestras hermanas, de las familias, de las parejas, delante de estas generaciones. Delante de todos. Con este gran testimonio, la familia en misión como imagen de la Trinidad en misión, se debe llevar adelante, también, un programa, diría, sociopolítico, socio-económico. La familia está envuelta por todo esto y puede ser ayudada, llevada adelante o puede ser destruida. Debéis, con vuestra oración, con vuestro testimonio, con vuestra fuerza, ayudar a la familia, debéis protegerla contra cualquier destrucción. Si no hay otra dimensión en la cual el hombre pueda expresarse como persona, como vida, como amor, se debe decir, también, que no existe otro lugar, otro ambiente en el cual el hombre pueda ser más destruido. Hoy se hacen muchas cosas para normalizar estas destrucciones, para legalizar estas destrucciones; destrucciones profundas, heridas profundas de la humanidad. Se hace para normalizar, para legalizar. En este sentido se dice “proteger”. Pero no se puede proteger realmente la familia sin entrar en sus raíces, en las realidades profundas, en su íntima naturaleza; esta naturaleza íntima es la comunión de las personas a imagen y semejanza de la comunión divina. Familia en misión, Trinidad en misión. Carísimos, no quiero continuar, no quiero alargarme. Os dejo estas reflexiones, que me vienen así, espontáneamente.

Hoy es el día en el que debe hablarnos, principalmente, la Sagrada Familia y esta es mi humilde oración: que esta Sagrada Familia de Nazaret, a través de nuestra asamblea, a través de nuestros cantos, a través de nuestra oración y también a través de estas palabras mías, nos hable a todos.

Amén».