Visita a la parroquia de Ntra. Sra. del Santísimo Sacramento y de los Stos. Mártieres Canadienses 2-11-1980
S. Juan Pablo II
Roma, 2 de noviembre de 1980 (*)
El Papa, en su visita a la parroquia
de Mártires Canadienses, recorrió todas las salas y sus actividades, y
finalmente descendió a la cripta de la Iglesia, de ambiente altamente
sugestivo; a la entrada una gran piscina bautismal, excavada en el
pavimento y de donde mana una fuente de agua viva. Al fondo, en la parte
opuesta, la cátedra, adosada a un largo muro “afrescado” de escenas
sagradas. Delante de la cátedra una gran mesa eucarística sobre la que
resplandecía el cirio pascual.
Alrededor de unas quinientas personas: los hermanos de las
Comunidades Neocatecumenales que, desde hace doce años, recorren el
camino en esta parroquia, bajo la guía de su primer catequista Kiko
Argüello llegado aquí de España y desde donde ha alcanzado a tantos
hermanos en Roma y en el mundo. Con los hermanos de las comunidades
estaba también el obispo de Francia, Brasil, monseñor Diógenes de Silva
Matthes.
El padre Guillermo Amadei presentó al Santo Padre las once
comunidades que actualmente recorren su camino: la primera formada en
1968 y las dos últimas en la Pascua pasada. El padre Amadei subrayó
también la ayuda enorme dada por los catequistas, que han surgido de
estas comunidades, al plan pastoral de la parroquia, centrado todo él en
la evangelización, así como a muchas otras parroquias de Roma, de
Italia y de otros muchos países de distintos continentes.
Tomó después la palabra Kiko Argüello, primer catequista del Camino
Neocatecumenal, que ampliamente habló de su experiencia espiritual y
del largo itinerario que le llevó a la conversión:
«El Señor me permitió hacer una experiencia de absurdo, de ateísmo, hasta que al fin tuvo misericordia de mí: me humilló hasta hacerme suficientemente pobre como para pedirle ayuda a Él y, después, Él me llevó a vivir entre los pobres sin que yo supiera cuál era verdaderamente el camino del Señor. Me fui a vivir entre los pobres de las chabolas de Madrid, sin saber que Dios tenía preparado un proyecto del cual hoy yo mismo estoy sorprendido, maravillado y, al mismo tiempo, asustado porque sé que esto probablemente no se hace sin muchísimo sufrimiento».
Kiko también habló del gran esfuerzo de síntesis teológica y catequética al que fue obligado dada la humildad de la gente que lo escuchaba y que no estaba capacitada para comprender abstracciones. Con la ayuda de Carmen Hernández y siguiendo la línea del Concilio, la levadura nacida en el corazón de Kiko se transformó en un itinerario de fe, en un catecumenado progresivo, por etapas, en obediencia total, que se puso y se propone como una ayuda a las parroquias para la catequesis: para llevar a los adultos en el interior de la comunidad cristiana a revivir de modo pleno el Evangelio, a través del descubrimiento de los dones del Bautismo. Profundamente interesado en la larga narración de la experiencia espiritual de Kiko Argüello y de los orígenes del Camino Neocatecumenal, el Santo Padre habló a su vez largamente, profundizando con sinceridad y con espíritu de amor el sentido eclesial de las Comunidades Neocatecumenales, improvisando el siguiente discurso, recogido de viva voz durante el encuentro:
« 1. Sobre todo quiero deciros que os
quiero bien, viéndoos en tan gran número, reunidos todos juntos:
adultos, jóvenes, muchachos, niños, con vuestros sacerdotes. Os quiero
bien. He seguido con interés las informaciones facilitadas por vuestro
presbítero. Debo deciros que no es la primera vez que escucho su palabra
y también su entusiasmo por el movimiento Neocatecumenal que, al ser
“Camino”, es también movimiento. Luego he escuchado con interés el
testimonio de vuestro primer catequista.
¿Qué puedo deciros? Sobre todo esto: que la palabra pronunciada más
veces ha sido la palabra fe, fe. Y todos vosotros sois fieles; quiero
decir: poseéis la fe. Pero hay aún algo más: muchos poseen la fe, pero
vosotros habéis recorrido un camino para descubrir vuestra fe, para
descubrir el tesoro divino que lleváis en vosotros, en vuestras almas. Y
habéis hecho tal descubrimiento descubriendo el misterio del Bautismo.
Es verdad que son muchos los bautizados en el mundo. Ciertamente todavía
son una minoría entre los ciudadanos del mundo, pero son muchos. Entre
estos bautizados no sé cuántos son conscientes de su Bautismo, no
simplemente del hecho de ser bautizados, sino de qué quiere decir ser
bautizados, de qué quiere decir el Bautismo.
La senda o el camino para descubrir la fe por medio del Bautismo, es el
camino que todos nosotros encontramos en la enseñanza de Cristo, en el
Evangelio. Lo encontramos, y diría incluso de modo profundo, mediante la
reflexión, en las cartas de San Pablo. Él nos ha mostrado cuál es la
profundidad inmensa del misterio del Bautismo, qué quiere decir esta
inmersión en el agua bautismal, comparando la inmersión en el agua
bautismal con la inmersión en la muerte de Cristo, muerte que nos ha
traído la redención y muerte que nos trae la resurrección. De esta forma
todo el misterio pascual está como resumido en el sacramento, quiero
decir en el misterio del Bautismo.
Así pues, descubrir la profunda dinámica de nuestra fe es descubrir el pleno contenido de nuestro Bautismo. Si entiendo bien, vuestro camino consiste esencialmente en esto: descubrir el misterio del Bautismo, descubrir su pleno contenido y así descubrir qué quiere decir ser cristiano, creyente. Este descubrimiento está, podemos decir, en la línea de la tradición, tiene raíces apostólicas, paulinas, evangélicas. Este descubrimiento es al mismo tiempo original. Ha sido siempre así y así seguirá siendo. Siempre que un cristiano descubre la profundidad del misterio de su Bautismo, realiza un acto totalmente original y esto no se puede hacer sino con la ayuda de la gracia de Cristo, con la ayuda de la luz del Espíritu Santo, porque es misterio porque es realidad divina, realidad sobrenatural y el hombre natural no puede comprenderla, descubrirla, vivirla. En resumen, se debe decir: todos vosotros, que habéis obtenido la gracia de descubrir la profundidad, la plena realidad de vuestro Bautismo, debéis estar muy agradecidos al Dador de la gracia, al Espíritu Santo, que os ha concedido esa luz, la ayuda de la gracia para obtener este don una vez y después continuar. Esta es la conclusión de la primera parte de la reflexión.
2. Y he aquí brevemente la segunda
parte: descubrir el Bautismo como comienzo de nuestra vida cristiana, de
nuestra inmersión en Dios, en el Dios viviente, y en el misterio de
redención, en el Misterio Pascual, descubrir nuestro Bautismo como
comienzo de nuestra vida simplemente cristiana, debe constituir el
comienzo del descubrimiento de toda nuestra vida cristiana, paso a paso,
día a día, semana tras semana, período de vida tras periodo de vida,
porque la vida cristiana es un proceso dinámico. Se comienza, se
bautizan normalmente los pequeños, los niños poco después del
nacimiento, pero luego crecen; crece el hombre, debe crecer también el
cristiano. Entonces se debe proyectar el descubrimiento del Bautismo
sobre toda la vida, sobre todos los aspectos de la vida; se debe ver
también, teniendo como base este comienzo sacramental de nuestra vida,
toda la dimensión sacramental de nuestra vida, porque la vida entera
tiene una pluriforme dimensión sacramental.
Tenemos los sacramentos de la iniciación: Bautismo, Confirmación, para
alcanzar la plenitud, el punto central de tal iniciación en la
Eucaristía. Sabemos bien sin embargo que los Padres de la Iglesia han
hablado del sacramento de la Penitencia como nuevo Bautismo, como
segundo Bautismo, segundo, tercero, décimo, etc.
Podemos hablar también del último Bautismo de la vida humana, el
sacramento de los enfermos; y tenemos, además, los sacramentos de la
vida comunitaria; Sacerdocio, Matrimonio. La vida cristiana tiene toda
una estructura sacramental y se debe enmarcar del descubrimiento del
propio Bautismo en tal estructura que es esencialmente santificante,
porque los sacramentos abren camino al Espíritu Santo. Cristo nos ha
dado el Espíritu Santo en su plenitud absoluta.
Solamente hay que abrir los corazones,
hay que abrir camino. Los sacramentos abren camino al Espíritu Santo que
actúa en nuestras almas, en nuestros corazones, en nuestra humanidad,
en nuestra personalidad: nos construye de nuevo, crea un hombre nuevo.
Así, pues, este camino, camino de la fe, camino del Bautismo
descubierto de nuevo, debe ser un camino del hombre nuevo; éste ve cuál
es la verdadera proporción, o mejor la desproporción de su entidad
creada, de su creaturalidad respecto al Dios Creador, a su majestad
infinita, al Dios Redentor, al Dios Santo y Santificador, y trata de
realizarse bajo aquella perspectiva. Se impone así el aspecto moral de
la vida que debe ser otro e incluso yo diría el mismo fruto, si se
descubre de nuevo la estructura sacramental de nuestra vida cristiana:
sacramental quiere decir en efecto santificante. Se debe descubrir al
mismo tiempo la estructura ética, porque lo que es santo es siempre
bueno, no admite el mal, el pecado· sí, el santo, el más santo de todos,
Cristo, acepta a los pecadores, los acoge, pero para hacerlos santos.
Todo esto es pues el programa. Y así tenemos el punto segundo, la
segunda conclusión: descubriendo el Bautismo como comienzo de nuestra
vida cristiana en toda su profundidad, debemos descubrir después las
consecuencias, paso a paso, en toda nuestra vida cristiana. Por tanto
debemos hacer un camino, debemos hacer un Camino.
3. Punto tercero. Ese descubrimiento
debe hacerse en nosotros como levadura. Esta levadura se muestra, se
hace carne, se hace vida, en la realización de nuestro cristianismo
personal, en la construcción, si podemos hablar, así, de un hombre
nuevo. Pero esa levadura se realiza también en la dimensión apostólica.
Somos enviados; la Iglesia es apostólica, no solamente fundada sobre los
apóstoles, sino impregnada en todo su cuerpo por un espíritu
apostólico, por un carisma apostólico.
Ciertamente, este espíritu apostólico debe estar coordinado siempre en
la dimensión social, comunitaria, de todo el cuerpo y, por esto, Cristo
ha instituido también la jerarquía. La Iglesia tiene su estructura
jerárquica, como nos recuerda el Concilio Vaticano II en su documento
fundamental que es la Lumen Gentium. El problema de la levadura y del
apostolado: este es el punto tercero.
4. Último punto. Podrían ser otros
muchos, pero yo quiero terminar con éste. Nosotros, queridísimos,
vivimos en un período en el que se siente, se experimenta un
enfrentamiento radical -y yo esto lo digo porque ésta es también mi
experiencia de muchos años- un enfrentamiento radical que se impone en
todas partes. No existe una única edición, existen muchas en el mundo:
fe y antifé, Evangelio y antievangelio, Iglesia, y antiIglesia, Dios y
antidios, si podemos hablar así. No existe un antidios en el hombre, se
puede crear en el hombre la negación radical de Dios. Así pues, nosotros
vivimos esta experiencia histórica, y ahora mucho más que en las épocas
anteriores. En esta época nuestra y tenemos necesidad de redescubrir
una fe radical, radicalmente comprendida, radicalmente vivida y
radicalmente realizada. Necesitamos una fe así.
Espero que vuestra experiencia haya nacido en esta perspectiva y pueda
guiar hacia una sana radicalización de nuestro cristianismo, de nuestra
fe, hacia un auténtico, radicalismo evangélico. Por esto, necesitáis un
gran espíritu, un gran autocontrol y también, como ha dicho vuestro
primer catequista, una gran obediencia a la Iglesia. Así se ha hecho
siempre. Este testimonio lo han dado los santos. Esta prueba la dio San
Francisco, esta prueba la han dado diversos carismáticos en las
distintas épocas de la Iglesia. Necesitamos este radicalismo, diría esta
radicalización de la fe, sí, pero ella debe estar siempre enmarcada en
el conjunto de la Iglesia, en la vida de la Iglesia, en la orientación
de la Iglesia, porque la Iglesia en su totalidad ha recibido el Espíritu
Santo de Cristo en la persona de los apóstoles después de su
resurrección.
Veo que os encontráis, yo mismo os he encontrado en diversas parroquias
de Roma, diversos grupos, pero me parece que el grupo más numeroso está
aquí. Y por eso hablo un poco más ampliamente.
La
alegría. El hombre es creado para la felicidad; si la ve puede iniciar
un camino y con una preparación no diría específica, sino existente
siempre en mi mente y en mi corazón. No es, digamos, un discurso
magistral, es un discurso pastoral ocasional.
Esta alegría que se encuentra en vuestros ambientes, en vuestros
cantos, en vuestro comportamiento, esta alegría puede ser ciertamente
también un síntoma del temperamento meridional, pero yo espero que sea
un fruto del Espíritu Santo, y os deseo que sea así. Sí, la Iglesia
tiene necesidad de la alegría porque la alegría, con sus diversas
manifestaciones, es revelación de la felicidad. Y aquí el hombre se
encuentra ante su vocación fundamental, podemos decir casi natural: el
hombre es creado para ser feliz, para la felicidad. Si ve esta
felicidad, si la encuentra en las manifestaciones de la alegría, puede
iniciar un camino. Pero también aquí debo decir: sí, los cánticos bien;
vuestras expresiones de alegría, bien; pero para este camino el Espíritu
es el que da el comienzo.
He aquí, poco más o menos, todo lo que he querido, lo que he podido deciros en esta circunstancia, y pienso que os he dicho bastante, y acaso demasiado.
Os doy la bendición, juntamente con los Cardenales y obispos presentes».
(*) Cfr. «L’Osservatore Romano», 3-4 noviembre 1980