Visita a la parroquia de Sta. María de la Misericordia 1-5-1983
S. Juan Pablo II
Roma, 1 de mayo de 1983
Abandonada la sala del Consejo Pastoral el Santo Padre pasando por la Iglesia y atravesando el patio inferior en el que se había de desarrollar la celebración siempre que el tiempo lo hubiere permitido, llegó al pequeño asilo parroquial donde lo esperaban los miembros de las Comunidades Neocatecumenales de la parroquia. El canto a María que creyó la primera en el Señor, himno típico de las Comunidades Neocatecumenales, saludó a Juan Pablo II al aparecer en el local. Después de una breve presentación “personal” de cada uno con el Santo Padre, uno de los más antiguos de la comunidad dirigió al Papa el siguiente discurso:
«Santidad, hace ya casi cuatro años se inició en esta parroquia el camino de fe de las Comunidades Neocatecumenales para descubrir las riquezas del Bautismo que hemos recibido de pequeños. El Señor nos mandó a personas como nosotros, nuestros catequistas, a traernos el anuncio de Jesucristo Resucitado que nos ha puesto en camino y todavía nos mantiene unidos: pobres y ricos, obreros y profesionales, mujeres y hombres, jóvenes y viejos, casados y solteros, familias enteras; hemos visto cómo es posible vivir juntos, en comunión y en alegría, alimentándonos con la Palabra del Señor y con la Eucaristía. Estamos viendo cómo el Señor está cambiando nuestra vida y nos da la paz y la alegría cada día en cada situación y llena de sus dones nuestra comunidad parroquial: su visita, hoy, nos hace, ante todo, estar de fiesta y luego el nacimiento de una nueva comunidad de 40 hermanos que se ha formado hace un mes y que nos ha permitido ver cómo el Espíritu Santo puede actuar a través de personas pobres como nosotros. Estos hermanos están iniciando la experiencia que nosotros iniciamos hace 4 años. Personalmente yo, después de haber estado durante 15 años alejado de la Iglesia me acerqué buscando un sentido para mi vida. En este camino he descubierto que este sentido sólo me lo puede dar Jesucristo».
Llegó la vez para dirigirse al Papa de un representante de los catequistas:
«Beatísimo Padre, es con una alegría inmensa como le presento el grupo de catequistas de esta parroquia. Hace ya varios años que obedeciendo a las enseñanzas de la Conferencia Episcopal Italiana y siguiendo sus indicaciones estamos llevando adelante un camino de catequesis permanente, camino articulado en las catequesis sacramentales de Comunión, Confirmación y en las intermedias de Postcomunión y Postconfirmación. Las dificultades debidas a la escasa colaboración de las familias de los muchachos, unidas al escaso número de seglares comprometidos en las catequesis, nos llevan, a veces, a desanimarnos, pero es ahí donde experimentamos lo grande que es el amor de Dios hacia nosotros y cuánto nos ayuda eso mismo para caminar con nuestros muchachos. La alegría de tenerlo hoy entre nosotros es grandísima y es todavía mayor porque estamos seguros de recibir una palabra que nos ayudará a continuar en nuestro servicio hacia los muchachos».
Después de haber oído estas palabras, el Santo Padre dio a los presentes los siguientes pensamientos:
«Os agradezco vuestras palabras. La realidad catecumenal, Neocatecumenal y la catequesis van juntas. Se debe recibir antes la catequesis, luego se convierte uno en catecúmeno para prepararse al Bautismo y después, ya bautizado y confirmado, se recibe la fuerza del Espíritu Santo para transmitir la fe en la que uno se ha bautizado. Esto quiere decir catequizar. Precisamente el primero de vosotros que ha intervenido ha subrayado el carácter Neocatecumenal del grupo, porque la realidad catecumenal de los primeros tiempos de la Iglesia, se sustituyó después con el Bautismo de los niños; estos niños no pueden hacer el Camino Neocatecumenal, son demasiado pequeños, no tienen uso de razón, inteligencia, conocimiento. Después, siendo adultos y jóvenes, pueden iniciar el camino para descubrir el tesoro de nuestro Bautismo. Esto es lo que hacéis vosotros los neocatecúmenos. Lo hacéis con gran interés, con gran entusiasmo y lo hacéis en varias parroquias de Roma, y no sólo en Roma sino en todas las parroquias del mundo. Deseo que continuéis en este camino, que seáis fieles al Espíritu Santo, que seáis portadores de sus bienes y de sus luces a los demás. A los catequistas quiero decirles que, ellos han tomado un compromiso que viene de nuestro Bautismo y de nuestra Confirmación. Cuando llegamos a ser cristianos adultos debemos dar frutos y estos frutos de la fe se dan, llevando la fe a los otros, iluminando la fe de los otros. Esta misión, está claro, que es la misión principal de los padres y de la familia. La transmisión de la fe en la familia es siempre fundamental. Se dice que la familia es la Iglesia doméstica porque allí se transmite la fe de los padres a los hijos, a los jóvenes. Naturalmente lo deben hacer también los catequistas en la Iglesia, no sólo los padres y las familias. La parroquia debe tener sus catequistas. En la parroquia son catequistas los sacerdotes, las religiosas, si han sido preparadas para esta misión, lo son también tantos seglares que, primero se preparan y luego se comprometen en este camino de apostolado: apostolado de la Palabra de Dios. Habéis cantado la fe de María que creyó en la Palabra del Señor. María, en verdad, es el ejemplo más pleno de la Fe: es la plenitud de la fe y María también es la primera catequista. Si miramos la obra catequética que desarrolla en el mundo de hoy y en todas las épocas, nos damos cuenta que es inmensa. Os deseo que miréis a la Madre de Cristo, primera catequista para imitarla desarrollando vuestra misión de catequistas».