Visita a la parroquia de San Felice da Cantalice 4-5-1986
S. Juan Pablo II
Roma, 4 de mayo de 1986 *
Ha sido nutrida en la parroquia la representación de las Comunidades Neocatecumenales. El Papa ha tenido con ellos un encuentro particular en el curso del cual, después de haber oído el testimonio de los catequistas de la comunidad, ha querido recordar los numerosos encuentros que en todas las parroquias de Roma y a través de las visitas que realiza a otras ciudades de Italia y del mundo ha tenido con los grupos Neocatecumenales. Grupos que tienen algo -ha dicho el Papa- que permite distinguirlos, rápido, entre los otros.
Presentación del catequista de la Parroquia (Giacomo):
«Santidad, hablo yo porque soy el catequista de estos hermanos. Ante
todo estoy muy contento de estar con Ud. en las gracias que la Iglesia
nos da con plenitud, con dulzura. Esto lo digo porque yo por naturaleza
soy un violento y he pasado una infancia con mucho sufrimiento, con
muchas tribulaciones; y como no estaba en la Iglesia, esto ha creado
dentro de mí una imagen de Dios justiciero que debía pagarme por todo lo
que yo había sufrido. Esto me ha hecho sufrir mucho, a crecer de una
manera totalmente equivocada, a ser uno de esos cristianos que son
escándalo porque predican cosas que no ponen en práctica. Cuando me he
dado cuenta de esta realidad, que era un escándalo para los otros porque
había hecho de la violencia mi credo, estaba ya casado con dos hijos y
he tenido miedo de mí mismo, Padre, y pensé, incluso, poner fin a mi
vida; he pedido a la Virgen María, de la cual era devoto, que me
ayudara, que diera un sentido a lo que hacía porque estaba completamente
perdido. Un domingo, cuando fui a misa, encontré un laico, uno como yo,
que me anunció el perdón y la misericordia de Jesucristo para la gente
violenta como yo, Padre. También para los violentos como yo el Señor
tenía un camino para volver al amor y al perdón. He aquí, Padre, que
hace 15 años que estoy en este camino y la Iglesia me envía al mundo
para anunciar el perdón y la misericordia».
El Papa ha dirigido estas palabras a las comunidades presentes:
«Gracias por este testimonio. No es la primera vez que oigo el testimonio de un neocatecúmeno y siempre me deja impresionado. Pero cuando me he acercado y he oído el canto “María, bendita María”, entonces he sabido rápido quienes son los que cantan, porque con este canto os reconozco por todas partes; en medio del continente africano o en la India, en cualquier lugar del mundo os distinguís por este canto “María, bendita María, tú has creído a la Palabra del Señor”. Esto es lo que caracteriza vuestro camino, el camino de todas las Comunidades Neocatecumenales, el camino de cada uno de vosotros porque se trata de un camino de fe; de una fe, a veces totalmente reencontrada en la conversión profunda. A veces esta fe es reencontrada en el sentido pleno de su misma profundidad. En su profundidad. La fe, de hecho, tiene una profundidad estupenda, inmensa de la cual no siempre somos conscientes los creyentes. La fe es la participación en el mismo conocimiento de Dios. Dios nos hace conocer así mismo y la fe nos prepara para la visión de Dios y ya lleva en sí misma “los gérmenes” de esta visión de Dios. La fe debe ser siempre descubierta en el curso de la vida. Muchas veces es descuidada por los cristianos esta dimensión profunda de la fe; muchos no saben qué es lo que llevan dentro de sí mimos siendo creyentes y teniendo la fe. Vuestro camino consiste en esto: o encontrar totalmente la fe o, reencontrarla en el sentido de la profundidad de aquello que teníais ya antes. Y aquí se inserta bien el significado de vuestro canto: “María, bendita María, tú has creído en la Palabra del Señor”.
No se puede imaginar una fe más perfecta que la fe de María. Este es el vértice de la fe que cada criatura humana ha tenido en Ella. Una fe que mostró enseguida después de la Anunciación. Podemos decir que se trata de una fe casi increíble: hace falta un paradigma para expresar la fe de María. También Isabel dijo a María: “Feliz la que ha creído en la Palabra del Señor…» La fe de María es, ciertamente, ejemplo de la fe que deben tener todos los creyentes, todos los que reencuentran esta fe, que la profundizan y especialmente de vosotros todos que tenéis este camino de la fe como vuestro carisma, como misión de vuestro ser Neocatecumenal. Me produce alegría encontrar vuestros grupos porque encuentro juntos a los padres, a los adultos, ¡tantos niños! Se dice que los neocatecúmenos tienen familias numerosas, ¡tienen tantos hijos!: esta es una prueba de la fe, de la fe en Dios.
Para dar vida al hombre hace falta la fe en Dios. Si hoy vivimos esta gran crisis así llamada, demográfica, crisis de la familia, crisis de la paternidad, crisis de la maternidad es justo una consecuencia de la falta de fe en Dios. No se puede mejorar este problema si no es con una profunda fe en Dios. Se requiere una gran fe en Dios para dar la vida al hombre».
(*) Cfr. «L’Osservatore Romano», 5-6 maggio 1986, con integrazioni dalla registrazione diretta.