Ordenación sacerdotal a 29 diáconos 2-5-1993

S. Juan Pablo II

San Pedro, 2 de mayo de 1993

Domingo 2 de mayo, XXX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, Juan Pablo II ha conferido la ordenación presbiteral a veintinueve diáconos de la diócesis de Roma (de los cuales 16 han sido formados en el seminario “Redemptoris Mater” de Roma). El solemne rito se ha desarrollado en la Basílica de San Pedro con la presencia de una gran asamblea de familiares y amigos de los nuevos sacerdotes. El Rector del “Redemptoris Mater”, el obispo Mons. Giulio Salimei, ha seguido la celebración en una silla de ruedas, junto a otros Prelados, entre los que se encontraba Mons. Josef Cordes, Vicepresidente del Pontificio Consejo para los Laicos y encargado de seguir el apostolado de las Comunidades Neocatecumenales. Estaban presentes también Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal y promotor de los Centros de Formación Presbiteral “Redemptoris Mater” que se configuran como seminarios diocesanos internacionales misioneros (hay actualmente en funcionamiento unos 20 en América, Europa, Asia y Oceanía y otros se están poniendo en marcha) y Carmen Hernández, su compañera de aventura espiritual. Antes de conferir a los candidatos el sacramento del Orden, el Papa les ha dirigido la siguiente homilía:

«1. Yo soy la puerta de las ovejas” (Jn 10,7). La liturgia pascual del Buen Pastor se expresa con dos imágenes, que se complementan entre sí. La del Pastor, sobre todo. Cristo dice de sí mismo: “Yo soy el buen pastor” (Jn 10,11). Tanto el salmo responsorial como el fragmento de la primera carta de San Pedro desarrollan esta imagen litúrgica: el Buen Pastor guía a su rebaño a los pastos de fresca hierba, se preocupa para que las ovejas tengan la comida y la bebida en el momento justo, las protege en los lugares peligrosos, las defiende frente al enemigo. Especialmente el Buen Pastor está dispuesto incluso a ofrecer su vida por las ovejas. Precisamente sobre este pensamiento se detiene la primera carta de San Pedro. En ella se habla de los sufrimientos de Cristo, que “llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero de la cruz, para que muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con sus heridas habéis sido curados” (1 Pe 2,24-25).

2. Y es justo aquí donde entra en el conjunto del pensamiento de la liturgia la segunda imagen: la de Cristo “puerta de las ovejas”. El Buen Pastor no sólo guía a su rebaño, invitándolo a que siga sus huellas (cf. Jn 10,4), Él lo introduce también a través de la puerta. Hay, por lo tanto, un lugar que sirve de refugio para el rebaño. Es un lugar de cobijo, donde las ovejas habitan y reposan después de las fatigas del camino. El Buen Pastor no sólo las introduce en este refugio. Él mismo es la puerta. Cristo dice: “Yo soy la puerta de las ovejas… si uno entra por mí, estará a salvo” (Jn 10,7.9). “A salvo”, es decir, tendrá la vida y la tendrá en abundancia (cf. Jn 10,10).
Cristo, Buen Pastor, se ha convertido en la puerta de salvación de la humanidad, porque “ha llevado nuestros pecados… sobre el madero de la cruz” (1 Pe 2,24).

3. Los que escucharon al apóstol Pedro el día de Pentecostés preguntaban sobre todo por la Puerta a través de la cuál tenían que pasar para llegar a la salvación. La pregunta era: “¿Qué hemos de hacer, hermanos?” (Hch 2,37). Y la respuesta de Pedro: “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados” (Hch 2,38). Por tanto, está claro: entrar a través de la puerta que es Cristo significa: convertirse. Convertirse, a su vez, significa: recibir el Bautismo. El Bautismo es la puerta de la Iglesia. A través de esta puerta el hombre es introducido en la salvación obtenida por la sangre de Cristo. Cristo ha instituido el Bautismo. Él mismo –crucificado y resucitado- es la puerta de la salvación de los hombres por medio del Bautismo. En el Bautismo recibimos el don del Espíritu Santo. Cuando los hombres, que sin su culpa ignoran este camino de salvación y esta Puerta, reciben también el Espíritu Santo, entonces Cristo se convierte también para ellos en Puerta. Bajo el cielo no hay nadie más por el que podamos salvarnos (cf. Hch 4,12). Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres.

4. Hoy, en la Basílica de San Pedro, reciben la ordenación sacerdotal los diáconos de la Iglesia que está en Roma. En esta Roma, en la cual, al principio de una larga serie de pastores y obispos se encuentra Pedro, apóstol de Cristo, testigo suyo hasta derramar su sangre. Él ha sido el primero que convirtió las “ovejas perdidas” del mundo antiguo a Cristo “Pastor y Guardián de nuestras almas” (cf. 1 Pe 2,25).
Vais a ser ordenados, hijos queridos, en el año en el que concluye el Sínodo diocesano de Roma: Sínodo de cuya enseñanza y espíritu de comunión y de misión estáis llamados a ser intérpretes y servidores fieles. En este elocuente contexto sinodal el don del Espíritu Santo, que os configura a Cristo Buen Pastor, os dé la fuerza de ser, en medio de vuestros hermanos, anunciadores y testigos creíbles del Evangelio, palabra de verdad y de vida: os espera esta ciudad de Roma, que quiere recibir a Cristo a través de vuestro ministerio, os espera el vasto mundo que está ligado misteriosamente a esta ciudad. El Pontificio seminario romano, el seminario “Redemptoris Mater” y el Centro de formación presbiteral del Santuario de la Virgen del Divino Amor, donde habéis recibido vuestra formación, hoy se alegran con vosotros y con vosotros dan gracias a Dios, reunidos en esta Basílica junto a aquellos que, por lazos de sangre, de amistad y de pertenencia eclesial, han recorrido cerca de vosotros el camino que os ha conducido al presbiterado. La gracia de este día redunde también sobre vuestros Seminarios, sobre vuestras familias, sobre vuestros amigos y sobre toda la Iglesia de Dios que está en Roma.

5. ¡Queridos nuevos sacerdotes! La imposición de las manos y la oración de Aquel que, en Roma, es indigno sucesor de Pedro, os transmiten la gracia y el carácter sacramental del sacerdocio ministerial. Todo obispo cumple su ministerio como “vicario de Cristo”. El obispo de Roma, en la historia, también era llamado “vicario de Pedro”. Al recibir la ordenación, meditad profundamente sobre el misterio del pastor, que es la puerta de las ovejas, para que seáis cada vez más dignos del tesoro que os ha sido confiado. El que ha empezado en vosotros esta obra buena, la lleve también a su cumplimiento. ¡Amén!».