Audiencia a los obispos de Oriente Medio 20-4-1996

S. Juan Pablo II

Ciudad del Vaticano – Sala Clementina, 20 de abril de 1996

Juan Pablo II ha recibido esta mañana en el Vaticano a unos cuarenta obispos de Medio Oriente, provenientes de seis Iglesias de distintos ritos.
Los prelados se han reunido en estos días en Sabaudia, en la provincia de Latina, para participar a un retiro promovido por los iniciadores del Camino Neocatecumenal, Kiko Argüello, Carmen Hernández y el padre Mario Pezzi.
El Papa ha insistido sobre la unidad del pueblo cristiano “en torno a los pastores de las diócesis y en fraterno diálogo entre todos los creyentes”, con “una solidaridad cada vez más grande incluso en lo material”. En el mundo actual en el que “muchas personas y muchos pueblos padecen dificultades económicas y sufren pobreza y malnutrición, la Iglesia puede contribuir así a un mejor reparto de las riquezas naturales y de los bienes de consumo”.

Los presentes a la Audiencia con el Papa eran: Su Beatitud Stefanos II, patriarca de los Coptos de Alejandría de Egipto, 36 obispos de la región, numerosos presbíteros en representación de once naciones mediorientales y los iniciadores del Camino Neocatecumenal. Al final de la Audiencia, al micrófono de Roberto Piermarini, el Patriarca Stefanos II ha explicado la contribución que puede dar esta experiencia eclesial en las Iglesias orientales:
«Hay que decir que esta experiencia nos refuerza en la fe de nuestro Bautismo y, con este Camino Neocatecumenal, con esta vida comunitaria se busca poder vivir realmente, no sólo como individuos sino también como colectividad. Y por eso, también bajo el aspecto litúrgico “latino”, occidental, podemos conservar nuestras liturgias, nuestros ritos orientales y conservar este espíritu de búsqueda, de conversión y de firmeza de nuestra fe católica». Pero esta experiencia eclesial, nacida en España en los inicios de los años 60 y que cuenta ya con trece mil comunidades presentes en casi 100 naciones de los cinco continentes ¿cómo puede dar un impulso a la Nueva Evangelización en el Medio Oriente a las puertas del tercer milenio?

Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal, ha respondido así:

«Puede llevar a un camino de renacimiento, de redescubrimiento del Bautismo, para fortificar a los cristianos de aquellas zonas que se encuentran en grandísimas dificultades, ya sea por lo que se refiere a la secularización, ya sea por la inmigración… Hemos visto ya que en muchísimas parroquias ha sido importante “regar” su Bautismo para que la fe comenzase a crecer y se han consolidado las relaciones comunitarias y el testimonio en el trabajo. Muchas parroquias han comenzado a florecer y los párrocos están muy contentos. Pienso que la vitalidad del Concilio ha querido preparar a la Iglesia a los desafíos del tercer milenio, dándole carismas, el soplo fuerte del Espíritu para poder anunciar a Cristo, vencedor de la muerte, a todos y para poder responder realmente a los desafíos del tercer milenio que son en el fondo la nueva antropología de un mundo secularizado y ateo que niega la Revelación. Un mundo que no reconoce la paternidad divina. Cristo ha venido para mostrarnos al Padre y nosotros somos hijos de Dios: nos indica así una antropología impresionante que salva a la familia. Frente a una cultura que está corroyendo los principios de la familia, el Camino a través de las pequeñas comunidades salva la familia. Y de estas familias que se abren a la vida, que son regeneradas, están naciendo miles de vocaciones para ayudar a la Iglesia».

Durante el encuentro, desarrollado en la Sala Clementina, el Santo Padre ha pronunciado el siguiente discurso:
«1. Con alegría os acojo en la casa del Sucesor de Pedro, con ocasión del encuentro especial en el que participáis. Doy mi bienvenida a cada uno de vosotros, pastores y fieles provenientes de las Iglesias católicas de Medio Oriente: ¡La paz del Señor resucitado sea con vosotros y con vuestras comunidades eclesiales! En este tiempo la sagrada liturgia, después de la Pascua y de la Resurrección del Señor, nos hace releer los Hechos de los Apóstoles que presentan el nacimiento y el primer desarrollo de la Iglesia, a partir de la inicial comunidad, reunida en oración con María (Hch 1,13-14). Por obra del Espíritu Santo, “el Señor cada día añadía a la comunidad a los que se habían de salvar” (Hch 2,47). Ilustrando la vía de los discípulos, el libro de los Hechos insiste en su asiduidad “a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones” (Hch 2,42) y añade que esos gozaban de la simpatía de todo el pueblo (cfr. Hch 2,47; 4,33). También hoy la Iglesia está llamada a vivir este ideal de los primeros cristianos para formar juntos una auténtica comunidad de hermanos, en el seguimiento de Cristo. Es importante que brille la unidad del pueblo cristiano; unidad que se realiza en torno a los pastores de las diócesis en un diálogo fraterno entre todos los creyentes. La unidad de la fe en la distribución de los dones recíprocos enriquece espiritualmente la Iglesia y la empuja a una más amplia solidaridad incluso en lo material.
En el mundo actual, en el que muchas personas y muchos pueblos padecen dificultades económicas y sufren pobreza y malnutrición, la Iglesia puede contribuir así a un mejor reparto de las riquezas naturales y de los bienes de consumo. El testimonio de la fe pasa a través de expresiones cotidianas del amor que son el reparto y la solidaridad entre los hombres, especialmente “con los pobres que son los preferidos de Dios… nuestro Padre común. Y nosotros todos somos hermanos de una única familia” (Gregorio de Nisa, El amor de los pobres).

2. El testimonio de unidad y de caridad es indispensable en la Iglesia para la Nueva Evangelización. Frente a los desafíos de la secularización, a la clausura de la vida por parte de no pocos sectores de la opinión pública, es muy urgente que los cristianos ofrezcan un testimonio creíble de su fe, encarnando el Evangelio en su existencia. Creyentes maduros y formados pueden así ofrecer a cuantos están a la búsqueda de la verdad, respuestas adecuadas a sus interrogantes. Esto comporta que cada comunidad eclesial esté abierta a la acogida y al diálogo, respetando las diversidades culturales y anunciando a todos el único Evangelio de la salvación.
Pueda, queridos hermanos y hermanas, una siempre más profunda adhesión a Cristo resucitado ayudaros a saber discernir los signos de los tiempos y a caminar unidos según aquel espíritu sinodal que caracteriza la estructura de vuestras comunidades eclesiales. La misión de los cristianos en Medio Oriente es grande, pero al mismo tiempo compleja y delicada. Se necesita, por tanto, cultivar un mutuo respeto y nutrir constante atención, especialmente en lo que concierne al campo ecuménico y el diálogo con las grandes religiones monoteístas.

3. Me gusta, a propósito, evocar el reciente viaje a Túnez, donde he visitado la comunidad católica que vive en aquel país, confirmando a los hijos de la Iglesia en su adhesión al Evangelio. Les he exhortado también a defender y a hacer progresar los valores espirituales, morales y socioculturales mediante el diálogo y la colaboración con los que siguen otras religiones, para desarrollar la vida fraterna y la solidaridad entre los habitantes de una misma nación y entre todos los pueblos (cfr. Nostra aetate, 2). Esto podrá intensificar las relaciones ya existentes de amistad y de recíproca estima. En este espíritu os animo a proseguir vuestra misión, teniendo cuidado de favorecer la edificación de una sociedad abierta al entendimiento y a la solidaridad entre todos sus componentes.
Mientras invoco sobre vuestras Comunidades la materna protección de María santísima y de los santos patrones, con gran afecto os imparto la Bendición Apostólica a vosotros y a cuantos os ayudan en vuestro servicio eclesial».