Visita a la parroquia de San Luis Gonzaga 6-11-1988
S. Juan Pablo II
Roma, 6 de noviembre de 1988
Evangelización y catequesis ocupan y han tenido un puesto sobre otras actividades en los trabajos apostólicos de la parroquia. Se han llevado a cabo varias tentativas de animación litúrgica en las misas festivas y varias iniciativas en las jornadas parroquiales. Se ha ido en busca en los “alejados” con visitas a las familias. Se ha intensificado la preparación a la Confirmación, tratando de seguir la post-confirmación y la preparación al Matrimonio. A esta tarea asidua, tan comprometedora como fructífera, ofrecen una ayuda especial los neocatecúmenos. Están en la parroquia de San Luis Gonzaga desde hace veinte años y están presentes hoy con cinco comunidades que reúnen a cerca de ciento cincuenta adultos y unos ochenta niños. De la parroquia del Parioli han salido varios catequistas itinerantes, los cuales han ido a diversos países de Europa, de Asia, de África y de América. Los Neocatecumenales han recibido al Papa bajo una gran tienda blanca y amarilla, preparada en el patio del complejo parroquial. Después de una breve presentación del párroco, ha seguido la presentación de las diversas comunidades por parte de Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal.
El Papa después de un afectuoso saludo a los niños presentes ha dicho:
«El radicalismo evangélico que encontramos en varias páginas de los Evangelios, se expresa sobre todo con las palabras: dar la vida. Cristo era, ciertamente, un maestro, un “rabbí”, ha enseñado: pero nos lo ha dicho todo al final, dando la vida. Con su muerte y su resurrección. Su última palabra ha sido la más completa. Así, pues: dar la vida. Veo que esta palabra se hace carne en vuestras Comunidades Neocatecumenales. Son tantos los que están dispuestos a dar la vida de modo diverso… y esto lo sabe bien el Espíritu Santo.
Otra consideración está ligada a la palabra fermento. Sabemos bien la parábola del Evangelio sobre la levadura. Vosotros sois un fermento que hace crecer la masa. La Iglesia es una masa, la humanidad es una masa mayor. También la Iglesia es una masa.
Pero, a veces, esta masa es inerte, no suficientemente catequizada, no suficientemente alimentada por los sacramentos, no suficientemente consciente de lo que es el Bautismo. El Bautismo es en cada uno de nosotros el primer fermento, que nos hace vivir personalmente en nuestro cuerpo, en nuestra alma y en nuestra persona el Bautismo. No somos lo suficientemente conscientes de lo que es nuestro Bautismo. San Pablo nos ha dejado indicaciones, mensajes perfectos de lo que es nuestro Bautismo. Nosotros, sin embargo, estamos siempre por debajo de lo que es su realidad, de lo que quiere decir. He aquí porqué hace falta un fermento que haga crecer la conciencia del Bautismo, él mismo es un fermento sacramental; hace falta un fermento apostólico. Basándose en esta conciencia os hacéis fermento en la masa, en las Iglesias, en las diócesis, en las parroquias y hacéis que se realice plenamente lo que Cristo quería de los Apóstoles: vais. No decía: tomad casas, riquezas, edificios… no. Él decía: id. De esta manera también vosotros sois itinerantes en correspondencia a la palabra de Cristo. También el Papa, a pesar de su casa, el Vaticano, la Basílica de San Pedro, trata de ser un poco itinerante.
No pretendo agotar todo el argumento. En estas cuatro observaciones os podéis encontrar vosotros mismos, podéis encontrar vuestra imagen, encontrar también ánimo para seguir siendo lo que sois, lo que queréis ser. Pero ved en estas palabras mías mi bendición y esperemos que ella exprese y lleve consigo la gracia del Señor. El fermento, la itinerancia, crece en la gracia del Señor.
El catequista que hace poco nos ha dicho que ha sentido un rumor en su corazón, en su conciencia, cierto lo ha sentido porque era Kiko el que lo ha operado, pero sólo como instrumento humano. En realidad era el Espíritu el que lo ha obrado, la Gracia del Señor, el Espíritu Santo que ha comenzado a soplar. Ha sido Él, el Espíritu Santo quien ha soplado y ha dejado en paz a este señor. Cristo no ha venido para dejarnos en paz. Ha venido para traernos la paz, la más grande paz a la que pueda aspirar la persona humana: la paz de Dios, la reconciliación; no ha venido a traernos la vida cómoda, tranquila, no, ciertamente no».