Audiencia privada a los sacerdotes 9-12-1985

S. Juan Pablo II

Sala Pablo VI, 9 de diciembre de 1985

El Santo Padre ha dirigido el siguiente discurso a los dos mil sacerdotes de las Comunidades Neocatecumenales recibidos en Audiencia en el Aula Pablo VI el lunes.

«Queridísimos:
1. He escuchado con vivo interés las palabras que en nombre de todos vosotros, me ha dirigido Kiko Argüello, el cual ha querido explicar cómo todas las comunidades del “Camino Neocatecumenal”, esparcidas por las diversas naciones, se han comprometido en continua oración y meditación por el Sínodo Extraordinario, que se ha celebrado a los 20 años de la conclusión del Concilio Vaticano II. Vuestra participación espiritual en la preparación y vuestra presencia en la ceremonia conclusiva del Sínodo han sido una manifestación significativa y solemne de vuestra fidelidad a Cristo Redentor y a la Iglesia peregrina, que transmite a los hombres la gracia, especialmente con los signos sacramentales, los cuales recuerdan y hacen actual la eficacia de la Redención. Tengo la satisfacción de recordar en esta Audiencia los muchos encuentros que he tenido con varias de vuestras comunidades, sobre todo en las visitas pastorales en mi diócesis de Roma, encuentros en los que he estimulado vuestra experiencia espiritual, que se funda en el valor basilar del sacramento del Bautismo, con la conciencia de que realizar la dimensión bautismal significa, principalmente, vivir la realidad auténtica del ser cristiano; significa unirse íntimamente con Cristo Eucaristía; significa amar concreta y eficazmente a todos los hombres como hermanos en Cristo; significa plantear y dirigir las propias opciones morales en conformidad y sintonía con las promesas bautismales. “Este camino, camino de la fe, camino del Bautismo descubierto de nuevo elige a vuestros amigos de la parroquia de los Santos Mártires Canadienses en Roma debe ser un camino del hombre nuevo; éste ve cuál debe ser la verdadera proporción o mejor, la desproporción de su entidad creada, de su carácter de criatura, respecto del Creador, a su majestad infinita, al Dios redentor, al Dios Santo y Santificador, y trata de realizarse en esa perspectiva” (Insegnamonti 11/2/1980 p. 1044).

2. La mayor parte de vosotros está formada por un numeroso grupo de párrocos y sacerdotes que trabajan en el ámbito del “Camino Neocatecumenal”. El Concilio Vaticano II dedicó su atención y sus cuidados también al misterio y a la vida sacerdotal en el Decreto “Presbyterorum Ordinis”, solemnemente aprobado el 7 de diciembre de 1965. En este importante documento -que os invito a meditar de nuevo- el Concilio, basándose en la Palabra de Dios, en la enseñanza de los padres, del magisterio, y en la viva tradición del Pueblo de Dios, ponía de relieve que los presbíteros, en virtud de la sagrada ordenación y de la misión que reciben de los obispos, “ son promovidos para servir a Cristo, Maestro, Sacerdote y Rey, de cuyo ministerio participan, por el que la Iglesia se edifica incesantemente aquí, en la tierra, como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo” (Presbyterorum Ordinis, 1). Vosotros, párrocos y sacerdotes que estáis aquí presentes, deseáis también con toda seguridad una palabra del Papa para comprender aun mejor lo que la Iglesia espera hoy de vosotros. Lo hago muy gustosamente, porque estoy seguro de que mi exhortación no dejará de tener un influjo positivo y benéfico también en vuestras comunidades y en cada uno de sus miembros, en orden a su presencia en la realidad eclesial.

3. Los objetivos que se proponen vuestras Comunidades Neocatecumenales corresponden ciertamente a uno de los interrogantes más angustiosos de los Pastores de almas de hoy, especialmente en los grandes aglomerados urbanos. Intentáis llegar a la masa de bautizados adultos, pero poco instruidos en la fe, para llevarlos, a través de un camino espiritual, a descubrir de nuevo las raíces bautismales de su existencia cristiana y para hacerles cada vez más conscientes de sus deberes. En este camino la obra de los sacerdotes sigue siendo fundamental. De aquí la necesidad de que quede bien claro el lugar que os corresponde como guías de las comunidades, a fin de que vuestra acción esté en sintonía con las exigencias reales de la pastoral. La primera exigencia que se os impone es que sepáis mantener, dentro de las comunidades, la fe en vuestra identidad sacerdotal. En virtud de la sagrada Ordenación, habéis sido marcados con un carácter especial que os configura con Cristo Sacerdote, de manera que podéis actuar en su nombre (c. Presbyterorum Ordinis, 2). Así, pues, el misterio sagrado, deberá ser acogido no sólo como hermano que comparte el Camino de la comunidad misma, sino sobre todo como aquel que, actuando “in persona Christi”, lleva en sí la responsabilidad insustituible de Maestro, Santificador y Guía de las almas, responsabilidad a la que de ningún modo puede renunciar. Los laicos deben poder captar estas realidades por el comportamiento responsable que vosotros tengáis. Sería una ilusión creer que se sirve al Evangelio, diluyendo vuestro carisma en un falso sentido de humildad o en una mal entendida manifestación de fraternidad. Repetiré lo que tuve ocasión de decir a los Asistentes Eclesiásticos de las Asociaciones Internacionales Católicas: “¡No os equivoquéis! La Iglesia os quiere sacerdotes y nada más que sacerdotes. La confusión de carismas empobrece a la Iglesia; no la enriquece en nada”.

4. Otro cometido delicado e irrenunciable que os espera es el de fomentar la comunión eclesial, no sólo dentro de vuestros grupos sino con todos los miembros de la comunidad parroquial y diocesana. Cualquiera que sea el servicio confiado a vosotros, sois siempre los representantes, y los “providi cooperatores” del obispo a cuya autoridad os sentiréis particularmente unidos. En efecto, en la Iglesia es derecho y deber del obispo dar las directrices para la actividad pastoral (Canon 381 ss.) y todos tienen la obligación de conformarse a ellas. Haced de manera que vuestras Comunidades, sin perder nada de su originalidad y riqueza, se inserten armoniosamente y fructuosamente en la familia parroquial y en la diocesana. Así me expresaba al respecto, el año pasado, con ocasión de la Asamblea plenaria de la Congregación para el Clero: “Será cometido de los pastores hacer un esfuerzo para que las parroquias se beneficien de la aportación de los valores positivos que puedan poseer estas Comunidades y, por consiguiente, abrirse a ellas. Pero quede bien claro que estas Comunidades no pueden colocarse en el mismo plano que las mismas comunidades parroquiales como posibles alternativas. Por el contrario, tienen el deber de servir a la parroquia y a la Iglesia particular. Y a partir precisamente de este servicio, prestado al conjunto parroquial diocesano, se evidenciará la validez de las experiencias respectivas de los movimientos o asociaciones”.

5. Quisiera indicaros otro punto de reflexión. Ejerciendo vuestro ministerio en la guía de las Comunidades Neocatecumenales, sentíos destinados no sólo a un grupo particular, sino al servicio de toda la Iglesia. “El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación -nos recuerda el Concilio Vaticano II no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación…, pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles” (Presbyterorum Ordinis. 10). La conciencia de esta misión y la necesidad de conformarnos a ella, deben ayudarnos a dar un aliento cada vez más amplio a vuestras iniciativas apostólicas, para estar abiertos a los problemas y a las necesidades de toda la Iglesia. Además, esta misma conciencia, haciéndoos vivir y sentir mayormente el vínculo de comunión con la Iglesia universal, con su Cabeza visible y con los obispos, os facilitará el cometido muy importante que está reservado a los sacerdotes en el seno de las Comunidades, es decir, la vigilancia sobre la rectitud de comportamiento, tanto en las ideas como en las actividades. Reforzad cada vez más en vosotros, amadísimos sacerdotes, este vínculo vital con toda la catolicidad. Os ayudará mucho especialmente cuando os sintáis cansados o descorazonados al ver vuestros esfuerzos no correspondidos por la sordera y la indiferencia de los corazones; entonces podréis consolaros pensando que no estáis solos y que vuestro trabajo, si encuentra fracasos en una parte del Cuerpo Místico de la Iglesia, sin embargo, no es inútil, porque Dios lo hace servir para el bien de toda la Iglesia.

6. Amadísimos sacerdotes, finalizo este grato encuentro con vosotros renovando mi confianza en vuestro servicio eclesial y exhortándoos a poner toda vuestra confianza en Aquel que os ha amado con amor de predilección y os ha llamado a participar en su sacerdocio. Precisamente por esto San Pablo nos recuerda que en todas las tribulaciones “vencemos por Aquel que nos amó” (Rom. 8,37). Termino con la exhortación del autor de la Carta a los Hebreos: “No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa, para que cumpliendo la voluntad de Dios, alcancéis la promesa” (Heb. 10,35-36). Bajo la mirada de María Inmaculada, Madre de los Sacerdotes y Reina de los Apóstoles, continuad con nuevo entusiasmo vuestro camino, y que os acompañe, así como a todas las Comunidades Neocatecumenales confiadas a vuestra guía, mi Bendición Apostólica.
Quiero añadir todavía algo: Feliz Navidad a todos.

He encontrado entre vosotros muchos sacerdotes, pero también muchos laicos, muchos esposos itinerantes. Debo deciros que los primeros que fueron a Belén, que reconocieron el Misterio de la Encarnación, eran itinerantes: eran pastores. Luego, el mismo Jesús se hizo itinerante a los 30 años, comenzando con la manifestación mesiánica en Nazaret. Además, Él convirtió en itinerantes a todos sus Apóstoles, enviándolos al mundo entero. Por tanto, la Iglesia es ciertamente itinerante, está en camino, y podemos decir que también el Papa trata de ser cada vez más itinerante, aunque con métodos más “sofisticados” y, quizá, menos auténticos que vosotros, porque vosotros sois itinerantes pobres, sin aviones. Pero nos deseamos a todos nosotros, incluido el Papa, que siempre seamos, con todos los medios posibles, itinerantes del Evangelio, es decir, itinerantes del misterio, de este misterio que nos reveló el nacimiento de Jesús, la encarnación del Hijo de Dios, y luego, su misión, su muerte en la cruz y su resurrección. De este modo nos ha sido revelada una vida, una vida nueva, una vida divina, una vida eterna. Nosotros somos itinerantes de esta vida. No nos sería posible ser itinerantes de esta vida, de la vida eterna, si la misma vida no nos hubiese sido dada antes. Nosotros tenemos ya esta vida y esta vida nos impulsa, esta vida nos la ha dado el Espíritu Santo por medio de Jesucristo. Él es fuente de vida divina en las criaturas, es fuente de vida divina en nosotros los hombres. Él es quien nos impulsa.

Nos impulsa Jesucristo itinerante, itinerante del Padre, porque el Padre es quien le ha enviado, quien lo ha hecho itinerante entre nosotros. Nos impulsa, pues, Jesucristo itinerante, enviado, misionero, porque es el Verbo de Dios en la misión, “missiones divinarum personarum” -así lo he aprendido de Santo Tomás-. “Missio” quiere decir “ser enviados” y, por lo mismo, ser itinerantes. Cristo nos impulsa en el Espíritu Santo, porque también el Espíritu es enviado, enviado de modo diverso, no como Cristo, no en forma visible, humana, encarnada, un Espíritu Santo no encarnado. Su misión puede decirse que es aún más penetrante, porque desciende sobre lo que es más íntimo en el hombre, en cada criatura. Como decía San Agustín “Intimior intimo meo”. He aquí la misión del Espíritu Santo, del Espíritu enviado. Y vosotros os habéis hecho itinerantes con la fuerza del Espíritu Santo, de la misión invisible. Gracias a la misión del Hijo y del Espíritu Santo, teniendo la vida que por medio de ellos viene del Padre, os convertís en itinerantes. Como decía San Pablo, la misión nos impulsa; ¡ay de mí si no evangelizo! Os deseo este gozo que es propio de las fiestas navideñas, os deseo el gozo de los pastores itinerantes que encontraron el camino hacia Belén. Os deseo el gozo que viene de los que se convierten. Entre vosotros hay muchos convertidos que han vuelto a encontrar a Cristo, han vuelto a encontrar a Dios, viniendo muchas veces de la orilla contraria. Os deseo también el gozo que viene de la conversión de las personas, de las almas. Como nos ha dicho Cristo, hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos. Os deseo este gozo y que así quede recompensado vuestro carácter itinerante y vuestro Camino Neocatecumenal.

De nuevo os deseo “Feliz Navidad”. Lo digo en italiano por facilidad, pero os lo diría en muchas lenguas. Quiero hacer extensiva esta felicitación de Navidad a todas las Comunidades, a todos los pueblos de los que provenís, a vuestros feligreses, a vuestros hermanos, a vuestras familias. Alabado sea Jesucristo».