Ordenación sacerdotal 28-4-1996
S. Juan Pablo II
San Pedro, 28 de abril de 1996
El Santo Padre ha ordenado a treinta y ocho nuevos presbíteros, de los cuales 18 son del seminario “Redemptoris Mater”. Reseñamos aquí la homilía:
«1. “Yo soy el buen pastor” (Jn 10,11). Queridísimos diáconos, dentro de poco seréis ordenados sacerdotes y seréis íntimamente conformados a Cristo Buen Pastor, cuya figura domina este cuarto domingo de Pascua, Jornada Mundial de oración por las vocaciones. Os acojo con gran afecto, junto con las comunidades de los cuatro seminarios de Roma: el seminario romano Mayor, el colegio Capránica, el seminario «Redemptoris Mater» y el de los Oblatos del Divino Amor. Os acojo con vuestras familias en las cuáles ahondan las raíces de vuestra llamada al sacerdocio. Antes de ser formados en el vientre materno, vosotros erais objeto de un plan especial de Dios (cfr. Jer 1,5).
Os acojo con los amigos de las parroquias, de las asociaciones, de los movimientos junto con los que habéis hecho la experiencia pastoral. En este año, en el que yo recuerdo el 50 aniversario de mi Ordenación Sacerdotal, estoy contento de imponer las manos a treinta y ocho jóvenes que la diócesis de Roma ofrece a Dios para que se dediquen al servicio de su pueblo.
2. “Yo soy el buen Pastor”. Detengámonos algún instante a meditar juntos sobre las palabras del Evangelio de Juan. Ellas, resuenan hoy de un modo singular para vosotros, que con este sacramento sois admitidos a una especial participación al misterio de Cristo Sacerdote y Buen Pastor.
“El buen pastor ofrece la vida por las ovejas” (Jn 10,11). Así, en el lenguaje joánico, Jesús sintetiza su propia misión. La misma lógica la encontramos en las palabras de la primera Carta del apóstol Pedro:
“Él llevó nuestros pecados en su cuerpo, sobre el madero de la cruz, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con sus heridas hemos sido curados… Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas” (1 Pe 2,24.21). Queridísimos diáconos, en el día de vuestra Ordenación Sacerdotal, estáis llamados a acoger y a abrazar de un modo personalísimo e incondicional este “ejemplo”. Estáis llamados a amarlo. A cada uno de vosotros, por tanto, os digo: adhiérete con todo tu ser a Aquel que ha llevado sobre el madero de la cruz tus pecados y los de la entera humanidad; ¡ama su ejemplo y sigue sus huellas!
3. “Yo soy el buen pastor, conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” (Jn 10,34). Este “conocimiento”, vosotros lo sabéis bien por haberlo estudiado y sobre todo por haberlo experimentado en primera persona, es un conocimiento especial. Éste nace de una solicitud salvífica. Es conocimiento no sólo de la mente sino también del corazón; conocimiento del que ama y, recíprocamente, de quien es amado; de quien es fiel y del que fiándose confía. En el admirable salmo 22, salmo responsorial de la celebración litúrgica de hoy, dicho conocimiento de amor encuentra una sublime expresión en términos de una confesión de alabanza del alma orante que goza de paz y seguridad sin límites gracias a la presencia solícita de Dios:
“El Señor es mi pastor; nada me falta. En prados de fresca hierba me hace reposar y me conduce a aguas tranquilas. Conforta mi alma y me guía por el camino justo, por amor de su nombre… Delante de mí preparas una mesa… me unges la cabeza con perfume”(cfr. Sal 22,1-3.5).
La confianza y el sentido de seguridad, garantizados por Dios Buen Pastor, no disminuyen ni siquiera en la hora de la prueba y de las experiencias más difíciles: “Aunque camine por valle oscuro, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo” (Sal 22,4). En el día de la Ordenación Sacerdotal, queridísimos diáconos, cada uno de vosotros reavive en lo profundo de su corazón la confianza: confianza solidísima e imperturbable que florece en el alma con sólo invocar aquel Nombre: «Buen Pastor». Reavivadla desde ahora, en la perspectiva de las pruebas y las dificultades que la vida y el ministerio sacerdotal comportan. Cristo será siempre un Pastor solícito de modo particular en aquellos que Él llama a participar, mediante el sacerdocio ministerial, a su misma solicitud pastoral.
4. “Él es la puerta de las ovejas” (cfr. Jn 10,7)
En todo momento, en los buenos y en los malos momentos, el sacerdote sabe que su alma y aquellas que le han sido confiadas a su cuidado son objeto de una especial solicitud del Buen Pastor. Por eso afronta con confianza su misión. Él sabe que para todos está abierto el paso a la vida eterna a través de la puerta viviente, única y universal, que es Cristo nuestra Pascua. Hoy, queridísimos diáconos, entráis en una íntima relación con Cristo Pastor de las almas. Cada uno de vosotros, configurado a Él, se convertirá en corresponsable del paso de las almas de la muerte a la vida, de la vida según la carne a la vida según el Espíritu. Y es posible llevar a cumplimiento dicha tarea sobre todo con la oración y con el ofrecimiento de la vida por Cristo, con Cristo y en Cristo.
Desde ahora, por tanto, os exhorto a que le confiéis a Él, Pastor y Puerta de las ovejas, a todos aquellos que la Divina Providencia quiera llamar e introducir a través de Él, mediante vuestro servicio pastoral. ¡Qué responsabilidad! ¿Qué es lo que le permitirá al sacerdote afrontar semejante tarea? Solamente la certeza que Cristo es el Pastor de todas las almas y es cercano a todo sacerdote para sostenerlo en su ministerio.
También está cerca del sacerdote María Santísima, Madre del Buen Pastor y de nuestro sacerdocio. A Ella, queridos diáconos, le confío cada uno de vosotros y vuestro ministerio.
“El Señor que prepara una mesa delante de vosotros, unja vuestra cabeza con óleo de alegría y haga que vuestro cáliz rebose siempre de su amor” (cfr. Sal 22,5). ¡Amén!».