Eucaristía en el Monte de las Bienaventuranzas con jóvenes 24-3-2000
S. Juan Pablo II
Korazín, 24 de marzo de 2000
Juan Pablo II ha celebrado -en la mañana del viernes 24 de marzo- la Santa Misa para los jóvenes sobre el monte de las Bienaventuranzas. Al inicio del encuentro el arzobispo de Akka de los Griego-Melquitas. Mons. Boutros Mouallem y un joven han dirigido al Papa unas palabras de bienvenida. Esta es la homilía de Juan Pablo II en una traducción española. “¡Mirad, hermanos, vuestra vocación!” (1 Co 1, 26).
1. Hoy estas palabras de san Pablo se dirigen a todos los que hemos venido aquí, al Monte de las Bienaventuranzas. Estamos sentados en esta colina como los primeros discípulos, y escuchamos a Jesús. En silencio escuchamos su voz amable y apremiante, tan amable como esta tierra y tan apremiante como una invitación a elegir entre la vida y la muerte.
¡Cuántas generaciones antes que nosotros se han sentido conmovidas profundamente por el sermón de la Montaña! ¡Cuántos jóvenes a lo largo de los siglos se han reunido en torno a Jesús para aprender las palabras de vida eterna, como vosotros estáis reunidos hoy aquí! ¡Cuántos jóvenes corazones se han sentido impulsados por la fuerza de su personalidad y la verdad apremiante de su mensaje! ¡Es maravilloso que estéis aquí!
Gracias, arzobispo Boutros Mouallem, por su amable acogida. Le ruego que transmita mis saludos cordiales a toda la comunidad greco-melquita que usted preside. Extiendo mi saludo fraterno a los numerosos Cardenales, al patriarca Sabbah, así como a los obispos y sacerdotes presentes aquí. Saludo a los miembros de las comunidades latina, incluidos los fieles de lengua hebrea, maronita, siria, armenia, caldea y a todos nuestros hermanos y hermanas de las demás Iglesias cristianas y comunidades eclesiales. En particular, doy las gracias a nuestros amigos musulmanes, a los miembros de fe judía, así como a la comunidad drusa. ¡Este gran encuentro es como un ensayo general de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará en Roma en el mes de agosto! El joven que ha hablado ha prometido que tendréis otra montaña, el monte Sinaí. Jóvenes de Israel, de los Territorios Palestinos, de Jordania y de Chipre, jóvenes del Medio Oriente, de África y de Asia, de Europa, de América y de Oceanía. Os saludo a cada uno de vosotros con afecto y amor.
2. Los primeros que oyeron las Bienaventuranzas de Jesús guardaban en su corazón el recuerdo de otro monte, el Monte Sinaí. Hace precisamente un mes, tuve la gracia de ir allí, donde Dios habló a Moisés y le entregó la Ley, “escrita por el dedo de Dios” (Ex 31, 18) en tablas de piedra. Estos dos montes, el Sinaí y el de las Bienaventuranzas, nos ofrecen el mapa de nuestra vida cristiana y una síntesis de nuestras responsabilidades ante Dios y ante el prójimo. La Ley y las Bienaventuranzas señalan juntas el camino del seguimiento de Cristo y el sendero real hacia la madurez y la libertad espiritual. Los diez mandamientos del Sinaí pueden parecer negativos: «No habrá para ti otros dioses delante de mí;…No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio…» (Ex 20, 3. 13-16). Pero, sin embargo, son sumamente positivos. Yendo más allá del mal que mencionan, señalan el camino hacia la ley del amor, que es el primero y el mayor de los mandamientos: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente… Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 37. 39). Jesús mismo dice que no vino a abolir la Ley, sino a cumplirla (cf. Mt 5, 17). Su mensaje es nuevo, pero no destruye lo que ya existe. Al contrario, desarrolla al máximo sus potencialidades. Jesús enseña que el camino del amor lleva la Ley a su pleno cumplimiento (cf. Gal 5, 14). Y ha enseñado esta verdad importantísima sobre este monte, aquí en Galilea.
3. “Bienaventurados vosotros” -dice- “Bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los misericordiosos, los que lloráis, los que tenéis hambre y sed de justicia, los limpios de corazón, los que trabajáis por la paz y los perseguidos ¡Bienaventurados vosotros!”. Las palabras de Jesús pueden resultar extrañas. Es raro que Jesús exalte a quienes el mundo por lo general considera débiles. Les dice: “Bienaventurados los que parecéis perdedores, porque sois los verdaderos vencedores: ¡vuestro es el Reino de los Cielos!”. Estas palabras, pronunciadas por él, que es “manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29), plantean un desafío que requiere una metanoia profunda y constante del espíritu, una gran transformación del corazón.
Vosotros, jóvenes, comprendéis el motivo por cuál es necesario este cambio del corazón. En efecto, sois conscientes de otra voz dentro de vosotros y en torno a vosotros, una voz contradictoria. Es una voz que dice: «Bienaventurados los soberbios y los violentos, los que prosperan a toda costa, que no tienen escrúpulos, que no tienen piedad, deshonestos, que hacen la guerra en vez de la paz y persiguen a quienes constituyen un obstáculo en su camino». Esta voz parece tener sentido en un mundo donde los violentos a menudo triunfan y parece que los deshonestos tienen éxito. “Sí” dice la voz del mal “ellos son los que vencen. ¡Dichosos ellos!”.
4. Jesús presenta un mensaje muy diferente. No lejos de aquí, Él llamó a sus primeros discípulos, así como os llama ahora a vosotros. Su llamada ha requerido siempre una elección entre las dos voces que compiten por conquistar vuestro corazón, incluso ahora, en este monte, la elección entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte. ¿Qué voz elegirán seguir los jóvenes del siglo XXI? Poner vuestra confianza en Jesús significa elegir el creer lo que os dice, independientemente de que pueda parecer extraño, y elegir no ceder a las seducciones del mal, aunque puedan parecer muy atrayentes. Además, Jesús no sólo proclama las Bienaventuranzas. Él vive las Bienaventuranzas. Él encarna las Bienaventuranzas. Mirándole, veréis lo que significa ser pobres de espíritu, mansos y misericordiosos, afligidos, tener hambre y sed de justicia, ser limpios de corazón, trabajar por la paz y ser perseguidos. Por eso tiene derecho a afirmar: “¡Venid, seguidme!”. No dice simplemente: “Haced lo que os digo”. Dice: “¡Venid, seguidme!”.
Vosotros escucháis su voz en este monte, y creéis en lo que os dice. Pero, como los primeros discípulos en el mar de Galilea, debéis dejar vuestras barcas y vuestras redes, y esto nunca es fácil, especialmente cuando tenéis que afrontar un futuro incierto y sois tentados de perder la confianza en vuestra herencia cristiana. Ser buenos cristianos puede pareceros una empresa superior a vuestras fuerzas en el mundo de hoy. Sin embargo Jesús no se queda mirando y no os deja solos para afrontar tal desafío. Está siempre con vosotros para transformar vuestra debilidad en fuerza. Creedle cuando os dice: “Mi gracia te basta, pues mi fuerza se manifiesta plenamente en la debilidad” (2 Co 12, 9).
5. Los discípulos pasaron algún tiempo con el Señor. Llegaron a conocerlo y amarlo profundamente. Descubrieron el significado de lo que el apóstol Pedro dijo una vez a Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68). Descubrieron que las palabras de vida eterna son las palabras del Sinaí y las palabras de las Bienaventuranzas. Este es el mensaje que difundieron por todo el mundo. En el momento de su Ascensión, Jesús encomendó a sus discípulos una misión y les dio esta garantía: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes… Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 18-20). Desde hace dos mil años los seguidores de Cristo realizan esta misión. Ahora, en el alba del tercer milenio, os toca a vosotros. Os toca a vosotros ir al mundo y anunciar el mensaje de los diez Mandamientos y de las Bienaventuranzas.
Cuando Dios habla, habla de cosas que tienen la mayor importancia para cada persona, tanto para las personas del siglo XXI como para aquellas del siglo I. Los diez Mandamientos y las Bienaventuranzas hablan de verdad y de bondad, de gracia y de libertad: de cuanto es necesario para entrar en el Reino de Cristo. ¡Ahora os toca a vosotros ser apóstoles valientes de este reino! Jóvenes de Tierra Santa, jóvenes del mundo, responded al Señor, responded al Señor con un corazón abierto y dispuesto. Dispuesto y abierto, como el corazón de la hija más grande de Galilea, María, la madre de Jesús. ¿Cómo respondió ella? Dijo: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Oh, Señor Jesucristo, en este lugar que has conocido y que has amado tanto, escucha estos corazones jóvenes y generosos. Continúa enseñando a estos jóvenes la verdad de los Mandamientos y de las Bienaventuranzas. Haz que sean testigos gozosos de tu verdad y apóstoles convencidos de tu Reino. Estate con ellos siempre, especialmente cuando seguirte a ti y al Evangelio resulta difícil y arduo. Tú serás su fuerza, tú serás su victoria. Oh, Señor Jesús, has hecho de estos jóvenes tus amigos: ¡mantenlos siempre junto a ti!
¡Amén!».
Al término de la Santa Misa, celebrada sobre el Monte de las Bienaventuranzas, el Santo Padre ha querido dirigir algunas palabras de saludo a distintos grupos de peregrinos que se han acercado a él para la celebración. Después de haber saludado a los jóvenes italianos, el Papa se ha dirigido a aquellos de lengua francesa, alemana, española, inglesa, polaca, hebrea y árabe. Ésta es una traducción nuestra de las palabras del Papa:
«Al término de esta gozosa Celebración Eucarística, quiero daros las gracias a todos vosotros, queridos jóvenes, venidos en gran número de cerca y de lejos, como discípulos de Jesús, para escuchar su palabra. Partiendo de este Monte de las Bienaventuranzas, cada uno de vosotros debe ser mensajero del Evangelio de las Bienaventuranzas. Saludo especialmente a los jóvenes Neocatecumenales con Kiko y Carmen que han venido aquí en gran número de todas las partes del mundo. A todos os digo, Cristo os acompañe por los caminos del mundo.
Os acompañe también María que –como recordaré mañana en Nazaret- con su fiat cooperó al gran misterio de la Encarnación, del que el Año del Jubileo celebra los dos mil años. ¡Dios os bendiga! Saludo cordialmente a los jóvenes de habla francesa presentes en este maravilloso encuentro en el curso del cual, sobre esta montaña, hemos podido escuchar de una forma renovada la Buena Noticia de las Bienaventuranzas. Os espero en Roma para la Jornada Mundial de la Juventud.
Dirijo un saludo cordial a los jóvenes de lengua alemana. La montaña de las Bienaventuranzas nos recuerda la exigencia de nuestro ser cristianos: el programa del Sermón de la Montaña. ¡Que vuestro testimonio personal se convierta en un sermón vivo de todo lo que Jesús ha anunciado en este lugar! Saludo con gran alegría a todos los jóvenes presentes de lengua española. Aquí en Galilea, el mismo Jesús nos ha indicado el camino de las Bienaventuranzas. ¡Que la fuerza y la belleza de esta enseñanza orienten nuestra vida! Jesús nos invita a todos a ser “pescadores de hombres”. Nos dice a cada uno de nosotros: “¡Ven y sígueme!”. No tengáis miedo a responder a esta llamada, porque Él es vuestra fuerza. En agosto os espero en Roma para la Jornada Mundial de la Juventud.
A los jóvenes provenientes de las áreas inglesas del mundo y a todos vosotros os digo: ¡Sed dignos seguidores de Cristo! ¡En el Espíritu de las Bienaventuranzas sed la luz del mundo!
Queridos jóvenes venidos de Polonia: Vuestra presencia aquí me alegra muchísimo. Es un signo de esperanza para nuestra patria. Así muchos de vosotros os habéis sentado hoy a los pies de Jesús. Él que es la esperanza de la familia humana. De su boca habéis oído lo que quiere decir verdaderamente bienaventurados, lo que quiere decir cumplir los mandamientos y vivir según el espíritu de las Bienaventuranzas. No tengáis miedo de decir «sí» a Jesús y de seguirle como sus discípulos. Entonces vuestros corazones se llenarán de alegría y vosotros os convertiréis en una Bendición para Polonia y para el mundo. Os lo deseo con todo mi corazón.
A los jóvenes de lengua hebrea os digo: ¡Sed constructores de paz! ¡Dios esté con vosotros!».