Audiencia a los itinerantes (Castel Gandolfo) 26-9-1984
S. Juan Pablo II
Castel Gandolfo, 26 de septiembre de 1984
El patio del Palacio Pontificio de Castel Gandolfo se convirtió ayer por la tarde, en el curso del encuentro del Papa con el movimiento Neocatecumenal, en un presbiterio. Estaba la cátedra, el crucifijo suspendido sobre los muros de color y frescos, el atril con el libro de los Evangelios, la cruz, un icono de la Virgen. Y después alfombras y flores: gladiolos de varios colores que daban al lugar una sacralidad intercalada de cantos, de oraciones, de silencio. La de ayer, última cita del Santo Padre antes de volver hoy al Vaticano, ha sido nuevamente un encuentro de oración, de proclamación de la Palabra, de escucha, de reflexión, de proposiciones. Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal, presentaba con tonos sosegados y a veces encendidos, la última experiencia itinerante de cuantos participaban en el encuentro: «durante dos semanas, de dos en dos, estos “últimos”, estos “niños pequeños del Reino” -ha dicho dirigiéndose al Papa – han ido a visitar las naciones del mundo -sin poseer nada sino a Cristo Crucificado- parándose a anunciar la “Buena Noticia” a los pobres, a los marginados, a los sacerdotes de las parroquias de las grandes ciudades lo mismo que a los de los territorios perdidos de África y de Asia, para proclamar con fe que Jesucristo es el Señor y el Redentor del hombre».
Kiko ha transmitido al Papa esta experiencia comunitaria itinerante, semejante a la de los apóstoles del Evangelio quienes después de haber anunciado la llegada del Reino volvían contentos a casa y experimentaban la fuerza de la presencia del Señor. En los varios países de Europa, de América del Norte, del Centro y del Sur, de África, de Asia, de Oceanía (el iniciador del Camino de las Comunidades Neocatecumenales ha ofrecido al Santo Padre un cuadro bien detallado de esta evangelizadora experiencia itinerante) estos nuevos mensajeros de la Buena Noticia han sufrido y han gozado a causa del Evangelio.
Una pareja de Roma, un joven seminarista de Barcelona, una chica italiana, una polaca, un español y un joven sacerdote italiano, han contado, entre la participación y la conmoción de los presentes, su “experiencia de itinerantes”. Era, en el fondo, una confesión pública de las maravillas que Dios obra a través de sus “fieles” que se sumergen en el mundo para zarandearlo de la somnolencia y de la indiferencia religiosa.
Desde las grandes metrópolis de New York hasta las favelas del Brasil, desde la isla de Cuba hasta la China, desde Italia hasta Escandinavia: estas son las etapas de una narración evangélica de nuestros días vivido y testimoniado con la fuerza del amor y de la fe. “Nos tomaban, incluso, por drogadictos -ha afirmado la joven polaca al contar su propia experiencia- pero después han comprendido que teníamos un mensaje cristiano para ofrecer a cada uno, con respeto y con amor”. La narración testimonio entraba, a veces, en algunos detalles que revelaban la potencia de Dios que conduce a cuantos se confían en Él con corazón sincero.
Después de los testimonios habló el Papa:
«En lo que me habéis ido diciendo he visto el espíritu auténtico de los discípulos de Cristo que se entregan totalmente al Señor. Sois itinerantes, pero es Jesús mismo quien sigue un itinerario dentro de vosotros sobre todo, y luego lo sigue con vosotros hacia los demás. Que vosotros seáis itinerantes es un hecho secundario; lo principal es que Él es itinerante, que Él quiere ser itinerante. Él quiere no sólo estar presente en la Iglesia, sino ser también itinerante en la Iglesia, porque la Iglesia es itinerante, es una Iglesia en camino; no es únicamente Iglesia ya afirmada, organizada estructurada, sino Iglesia en camino hacia las personas, hacia las comunidades, hacia los creyentes y no creyentes; para Cristo estas divisiones tienen un modo de existir diferente que para nosotros.
Esta confianza verdaderamente evangélica caracteriza vuestra verdadera itinerancia; no llevar nada, no tener nada, no fiarse de sí, pero en cambio, poner una confianza absoluta en la Providencia, en cuanto en vosotros haga el Señor. Otra característica es la humildad: el Señor me ha salvado, me ha rescatado de mis pecados y de mi incredulidad y en ello he vivido una gracia grande, he recibido fuerza del Señor. He vivido personalmente su fuerza y su poder, y ahora debo caminar anunciando este poder, o mejor aún, transmitiendo este poder a los demás. El Señor es potente (el Papa alzó la voz para pronunciar esta frase). Y vosotros os fiais del poder del Señor y queréis experimentar este poder en vosotros y también en los demás. El Señor es potente en su muerte y resurrección, en su gracia; es potente en el Espíritu Santo.
Siendo obispo de Roma y Papa en esta época de itinerantes, itinerante también yo me he tenido que hacer itinerante. Se da un cierto paralelismo, una coincidencia. Pero debo decir que los itinerarios que yo realizo son muchos menos austeros. Es verdad, sí, que nos piden mucho y que el programa de un día es bastante exigente; pero no se camina a pie, se va con Alitalia o con Air Canadá, luego con “Papamóvil”, entonces, no sé, creo que este modo de ser itinerante, vosotros no podéis aceptarlo… Entonces me cuestiono y digo: no puedo hacer más, con toda humildad confieso ante vosotros que no puedo hacer más. De modo que sigamos siendo itinerantes igualmente, el Papa itinerante tal como es, y vosotros itinerantes corno lo sois. ¡Cantemos, pues!… Debéis cantar algo: eso que cantáis por todas partes y por donde se reconoce a los neocatecúmenos: “Bendita tú que has creído…”».