Discurso del Santo Padre Francisco a los representantes del Camino Neocatecumenal, 1-II-2014

Francisco

Queridos hermanos y hermanas:

Doy gracias al Señor por la alegría de vuestra fe y por el ardor de vuestro testimonio cristiano, ¡gracias a Dios! Os saludo a todos cordialmente, iniciando por el equipo responsable internacional del Camino neocatecumenal, junto con los sacerdotes, seminaristas y catequistas. Dirijo un saludo lleno de afecto a los niños, aquí presentes en gran número. Mi pensamiento se dirige de modo especial a las familias, que irán a las diversas partes del mundo a anunciar y testimoniar el Evangelio. La Iglesia os agradece vuestra generosidad. Os doy las gracias por todo lo que hacéis en la Iglesia y en el mundo.

Y precisamente en nombre de la Iglesia, nuestra Madre —nuestra Santa Madre Iglesia, jerárquica como le gustaba decir a san Ignacio de Loyola—, en nombre de la Iglesia quisiera proponeros algunas sencillas recomendaciones. La primera es la de tener el máximo cuidado para construir y conservar la comunión en el seno de las Iglesias particulares donde irán a trabajar. El Camino tiene un carisma propio, una dinámica propia, un don que como todos los dones del Espíritu tiene una profunda dimensión eclesial; esto significa ponerse a la escucha de la vida de las Iglesias a las que vuestros responsables os envían, valorizar sus riquezas, sufrir por las debilidades si es necesario y caminar juntos como un único rebaño, bajo la guía de los Pastores de las Iglesias locales. La comunión es esencial: a veces puede ser mejor renunciar a vivir en todos los detalles lo que vuestro itinerario exigiría a fin de garantizar la unidad entre los hermanos que forman la única comunidad eclesial, de la que siempre tenéis que sentiros parte.

Otra indicación: adondequiera que vayáis, os hará bien pensar que el Espíritu de Dios siempre llega antes que nosotros. Esto es importante: ¡El Señor siempre nos precede! Pensad en Felipe, cuando el Señor le envía por el camino donde encuentra a un administrador sentado en su carroza (cf. Hch 8, 27-28). El Espíritu llegó antes: él leía al profeta Isaías y no comprendía, pero su corazón ardía. Así, cuando Felipe se le acerca, él está preparado para la catequesis y para el Bautismo. El Espíritu nos precede siempre. ¡Dios siempre llega antes que nosotros! Incluso en los sitios más remotos, también en las culturas más diversas, Dios esparce por doquier las semillas de su Palabra. De aquí brota la necesidad de una especial atención al contexto cultural en el que vosotras, familias, iréis a trabajar: se trata de un ambiente a menudo muy diferente del que provenís. Muchos de vosotros se esforzarán por aprender el idioma local, a veces difícil, y este esfuerzo se aprecia. Mucho más importante será vuestro compromiso por «aprender» las culturas que encontraréis, sabiendo reconocer la necesidad del Evangelio presente en todo lugar, pero también la acción que el Espíritu Santo ha realizado en la vida y en la historia de cada pueblo.

Y por último, os exhorto a cuidaros con amor unos a otros, de modo particular a los más débiles. El Camino neocatecumenal, como itinerario para descubrir el propio Bautismo, es un camino exigente, a lo largo del cual un hermano o una hermana pueden encontrar dificultades imprevistas. En estos casos ejercitar la paciencia y la misericordia por parte de la comunidad es signo de madurez en la fe. No se debe forzar la libertad de cada uno, y hay que respetar también la eventual elección de quien decidiera buscar, fuera del Camino, otras formas de vida cristiana que le ayuden a crecer en su respuesta a la llamada del Señor.

Queridas familias, queridos hermanos y hermanas, os aliento a llevar el Evangelio de Jesucristo a todas partes, incluso a los ambientes más descristianizados, especialmente a las periferias existenciales. Evangelizad con amor, llevad a todos el amor de Dios. Decid a quienes encontraréis en los caminos de vuestra misión que Dios ama al hombre así como es, incluso con sus límites, con sus errores, también con sus pecados. Por esto envió a su Hijo, para que Él cargara sobre sí nuestros pecados. Sed mensajeros y testigos de la infinita bondad y de la inagotable misericordia del Padre.

Os confío a nuestra Madre, María, para que inspire y sostenga siempre vuestro apostolado. En la escuela de esta tierna Madre sed misioneros celosos y alegres. No perdáis la alegría, ¡adelante!