El 18 de marzo de 2019 –víspera de la solemnidad de San José– el P. Mario Pezzi, del equipo responsable internacional del Camino Neocatecumenal, ha cumplido 50 años de su ordenación presbiteral. Durante también casi 50 años, el P. Mario ha acompañado a Kiko Argüello y Carmen Hernández en este carisma inspirado por el Espíritu Santo y reconocido por la Iglesia.
Con motivo de este aniversario, el 19 de marzo el P. Mario celebró una eucaristía en el Seminario Redemptoris Mater de Roma. Estuvo acompañado por Kiko, María Ascensión Romero (miembro del equipo responsable del Camino desde 2018), así como por el rector del seminario y los formadores. También participaron numerosos presbíteros, algunos seminaristas e invitados especiales.
El 8 de abril, también para celebrar su 50ª aniversario de ordenación presbiteral, el P. Mario presidió otra eucaristía en el Seminario Redemptoris Mater de Madrid. En ella participaron de nuevo Kiko y María Ascensión, el rector y el equipo de formadores, así como los presbíteros, seminaristas y también algunos invitados especiales.
Por su interés, reproducimos a continuación la homilía que el P. Mario Pezzi pronunció en español en la eucaristía de acción de gracias por sus 50ª años de ordenación presbiteral:
Acción de gracias a Dios por los cincuenta años de ordenación presbiteral
Queridos hermanos, ante todo, agradezco a Kiko y a Ascensión su presencia, al Rector y a los formadores del seminario Redemptoris Mater, a los presbíteros y seminaristas presentes, a los invitados personales y a los que habéis querido uniros a mí, para dar gracias a Dios por el don del 50 (quincuagésimo) aniversario de mi Ordenación Presbiteral.
Hace 50 años, fui ordenado en la parroquia de los Santos Pedro y Pablo, en Gottolengo, Brescia, en la tarde del 18 de marzo, acompañado por mis padres y familiares, mis superiores y hermanos combonianos y muchos feligreses. Fui ordenado por el Obispo auxiliar de Brescia, Monseñor Pietro Gazzoli, siendo Párroco don Francesco Vergine, quien, por la gracia de Dios, terminó sus días como director espiritual del Redemptoris Mater de Roma. Al día siguiente, 19 de marzo, solemnidad de San José, celebré mi Primera Misa.
“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la Copa de la Salvación, e invocaré el nombre del Señor”. En esta solemne celebración Eucarística, todos juntos elevaremos la Copa de la Salvación y daremos gracias a Dios por todos sus beneficios en estos 50 años.
Para dar gracias al Señor, después de
cincuenta años de presbiterado, me veo casi obligado a compartir con
vosotros algunos hechos de mi vida. Estando cerca de Kiko he aprendido a
hablar a pinceladas, espero que no resulte demasiado pesado.
Procedo de una familia humilde, en mi vida no he tenido dones
extraordinarios de visiones o revelaciones, pero desde mis primeros años
he percibido la presencia del Señor que me ha colmado con tantos dones,
me ha guiado y conducido de la mano desde los primeros años de vida
hasta que he conocido a Kiko y Carmen, el Camino Neocatecumenal en mi
comunidad de San Juan de Dios, hasta llegar a ser el Presbítero del
equipo de Kiko y Carmen desde el verano de 1971.
Muchas veces en estos años me he preguntado por qué el Señor me ha llamado a desempeñar el ministerio presbiteral, en el equipo de Kiko y Carmen: la única respuesta que he encontrado está en la fantasía y en el sentido del humor del Señor, a quien le gusta hacer las cosas rompiendo nuestros esquemas humanos.
Soy una persona de constitución frágil, educada a una vida regular y ordenada, sin habilidades o dones especiales, diría que soy una persona normal, puesta a colaborar con dos gigantes de la fe, Kiko y Carmen, a quien Dios ha colmado de numerosos dones especiales, en vista de su misión en la Iglesia de hoy.
Metido de repente en una vida de estilo bohemio, sin horarios fijos, constantemente variables e impredecibles, viviendo día a día dejándonos guiar por la voluntad de Dios.
En los primeros años pasé momentos de crisis, pero siempre me ha ayudado la certeza de que era Dios, a través de los acontecimientos de mi historia desde la infancia, que me preparaba para ser el Presbítero del equipo de los Iniciadores del Camino Neocatecumenal, aún cuando muchas veces no me sentía a la altura de la misión. Hoy, después de cincuenta años de mi ordenación sacerdotal, sin demasiada presunción, estoy seguro de ello.
La primera lectura es del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí»
Escogí la primera lectura del profeta Isaías, porque la había escogido para mi primera Misa hace cincuenta años, el día después de la Ordenación.
“El espíritu del Señor está sobre mí,
porque el Señor me ha ungido.
Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres,
a vendar los corazones heridos,
a proclamar la liberación a los cautivos
y la libertad a los prisioneros,
a proclamar un año de gracia del Señor;
para alegrar a los afligidos de Sion”
Desde mis años de formación, me sorprendía el hecho de poder participar del mismo Poder de Jesucristo que, comunicándolo a los apóstoles, dijo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a poner en práctica todo lo que yo os he mandado. Ved que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
La idea de poder decirle a una persona “Tus pecados te son perdonados, vete en paz”, el poder de hacer presente y participar de la Pasión, muerte y Resurrección de Jesucristo en la Celebración de la Eucaristía, siempre lo he visto como un grande don del Señor.
En estos años, celebrando junto con Kiko y Carmen, los diferentes pasos/etapas que marcan el itinerario neocatecumenal, siempre me ha sorprendido constatar el Poder de Jesucristo que actuaba ante nuestros ojos, cambiando gradualmente las vidas de las personas, reconstruyendo las personas destruidas, fortaleciendo los matrimonios, donando la apertura a la vida y la educación a la fe de los hijos, el celo misionero. Muchas veces he pensado: ¡Ojalá la Iglesia se diera cuenta del poder que el Señor le ha dado para generar hijos de Dios!, como a menudo repetía Carmen, de reabrir el seno de la Iglesia, la pila bautismal, que tiene el poder de enterrar al hombre viejo y dar a luz a los hijos de Dios para nuestro tiempo.
El Evangelio de Mateo: San José y el nacimiento de Jesús
En los últimos años, algunas veces me he preguntado qué significaba el hecho de haber sido ordenado en vísperas de la solemnidad de San José. Con motivo de la celebración del 25 (vigésimo quinto) aniversario de mi Ordenación Presbiteral, el Señor me iluminó sobre la figura de San José y su cercanía a mi vida como presbítero, en el equipo de Kiko y Carmen.
Como hemos escuchado en el Evangelio de hoy, San José se encontró con una situación trágicamente embarazosa, cuando descubrió que la Virgen María, su esposa, al regresar de la visita a su prima Isabel, estaba embarazada.
Imaginaos el sufrimiento y los largos silencios de José y María, en una situación humanamente incomprensible. El Evangelio dice: “José, su esposo, que era un hombre justo y no queriendo repudiarla, decidió despedirla en secreto”. Solamente un ángel del Señor, que se le aparece en un sueño y le dice: «No tengas miedo de recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo», devuelve la serenidad entre José y María.
A propósito de este episodio, Kiko y Carmen nos contaron un Midrash, en el que José, después del sueño, le dice a María: “Pero, ¿cómo no me lo has dicho antes? ¡Te habría creído!”. Y María, responde: «Y quién era yo, para interferir entre tú y Dios».
Os he hablado de este Midrash porque creo que aquí radica el secreto del equipo de los iniciadores del Camino Neocatecumenal, Kiko y Carmen. Como mencioné el día del funeral de Carmen, cada uno de ellos ha vivido una fuerte relación personal con Dios, tratando de obedecer a su Voluntad, incluso cuando se creaban situaciones de aparente conflicto. Y junto con ellos, en estos cincuenta años, yo también he aprendido a obedecer a Dios cada día.
El Papa San Juan Pablo II en la Encíclica “Redemptoris Custos”, sobre la figura de José, afirmó que era un hombre que no ha querido conducir su vida, llevar a cabo su propio proyecto de vida, sino que se dejó conducir por el Señor. La Virgen María respondió al Ángel: “Hágase en mí según tu Palabra”; y más tarde, en la boda de Galilea, les dijo a los sirvientes “haced lo que él os diga”. José, al Ángel que lo visita tres veces y le manifiesta la voluntad de Dios, respecto a tomar a María como esposa, en huir a Egipto y luego cuando regresa a Nazaret, no responde nada, pero sí actúa: obedece.
Yo también, guardando las distancias, como José me vi involucrado en una historia que me superaba: también yo he sido llamado por Dios para reconocer en el Camino, que no venía de mí, no era mi hijo, la obra del Espíritu Santo. Una misión que, aunque en la sombra, era muy importante. Por esta razón, la presencia del presbítero en el Camino, incluso si no aparece como factótum, es muy importante, porque es él quien reconoce la obra del Señor y tiene la misión de unir el Carisma con la Institución de la Iglesia.
La liturgia de hoy nos muestra que nos
encontramos insertados en una historia que nos supera, una historia de
salvación, que Dios ha hecho con un pueblo concreto, el pueblo de
Israel, y promete a David un descendiente, y José es el vínculo que une
Jesús a la genealogía de David, de Israel. Así también a través de
nosotros el Señor hace llegar su salvación, su amor a esta generación.
Por este motivo hoy deseo cantar con toda las fuerzas que me quedan en
la Eucaristía, para dar gracias al Señor, junto con todos vosotros. En
la historia de Israel, llena de pecados e infidelidades, brillan su
fidelidad y su amor, y también en nuestra historia su fidelidad brilla
sobre nuestros pecados. Yo también hoy mientras le bendigo y le
agradezco por tantos dones, le pido perdón por mis muchas resistencias,
infidelidades y pecados y le pido el don de la humildad.
A todos vosotros, os pido la ayuda de vuestra oración, para que el Señor ayude a Kiko, y a mí también, a completar la misión que nos ha encomendado, con la ayuda de María Ascensión.