Por Javier Lozano
Texto y fotografías: Revista Misión www.revistamision.com, artículo publicado en la edición 72.
La sierva de Dios Marta Obregón murió con tan sólo 22 años defendiendo hasta el final lo más valioso que tenía: su pureza. El testimonio de esta joven de Burgos, actualmente en proceso de beatificación, está provocando grandes gracias, especialmente en un mundo como el actual que no da al cuerpo el valor que tiene.
“Sólo te pido una cosa: que, sea lo que sea, me des fuerzas suficientes como para aceptarlo y cumplirlo. Que nunca por ello me aleje de Ti, sino que cada vez haga más fuertes las cuerdas que me atan a Ti. Porque sólo te dejo a Ti que me guíes. Sólo a ti, mi Dios. Tú decides en mí y yo acepto. Así es como llegaré a alcanzar la felicidad”. Esto es lo que escribió poco antes de su muerte la joven sierva de Dios Marta Obregón (1969-1992), mártir de la castidad, asesinada el 21 enero de 1992 en Burgos con tan sólo 22 años defendiendo con todas sus fuerzas su pureza y su virginidad. Su proceso de beatificación se encuentra ya en Roma.
Fiel hasta la muerte
Marta fue secuestrada y asesinada un 21 de enero, festividad de la virgen y mártir santa Inés, y de una forma muy similar a santa María Goretti, también virgen y mártir, pues recibió al igual que ella 14 puñaladas, quedando patente el vínculo tan profundo que une a Marta con estas dos grandes santas de épocas diversas.
“Defender hasta el final la virtud de la castidad no se entiende hoy en un mundo lleno de una ideología frenética que busca placer y lo inmediato, donde no hay espacio para pensar que esta vida terrena es sólo la primera parte de nuestra vida y que nos espera una segunda que es eterna. Dios al crearnos a su imagen y semejanza nos ha hecho eternos. Por eso, nuestro cuerpo tiene un valor enorme, mucho más allá de lo estético o lo práctico, porque es morada de nuestro espíritu”, explica a Misión Carlos Metola, delegado de la parte actora de la causa de beatificación.
“Marta había encontrado a Dios, pero seguía buscándolo cada vez con más intimidad”
Esto lo tuvo muy presente la joven burgalesa, tanto que en su elección entre su vida o su castidad, no dudó en ofrecer su vida para proteger su castidad. Metola señala que “la defensa contra un violador parece algo natural, y ciertamente es un reflejo natural, pero cuando no hay otra manera de sobrevivir ya no resulta tan claro, porque salvar la propia vida es también un reflejo natural, probablemente más fuerte que simplemente defenderse”. Pero resistió hasta el final de una manera martirial. De este modo, añade: “Marta no se sometió porque ya tenía a su esposo y ¡quería serle fiel hasta el final!”.
En busca de su amado
Marta era una joven llena de vida y de ilusión, sonriente y entregada. Estudiaba Periodismo y estaba acabando la carrera cuando fue asesinada. Quería a través de su trabajo hacer lo mismo que con su propia vida: “mejorar el mundo”. Era una chica espontánea y dispuesta siempre a ayudar a los demás. Tuvo una fuerte experiencia de Dios que la transformó completamente, especialmente en sus dos últimos años de vida, tras haber superado una pequeña crisis de fe que le alejó durante un tiempo de la Iglesia.
“Marta estaba como de vuelta, era claro que Dios le había desprendido de todo: estudios, novio, proyectos… Su forma de ser, en mi opinión, era la de una mujer que había encontrado a Dios, pero seguía buscándolo cada vez con más intimidad”, relataba una amiga suya, cuyas palabras quedaron recogidas en el libro Marta Obregón, ‘Hágase’. Yo pertenezco a mi amado (Fonte Monte Carmelo, 2018), escrito por el sacerdote Saturnino López, postulador diocesano de su causa de beatificación.
Sus padres, José Antonio y María Pilar, pertenecientes al Opus Dei, le transmitieron la fe, y Marta estuvo vinculada a los clubes de la Obra hasta el mismo día de su muerte, pues al salir del Club Arlanza de Burgos, y tras despedirse del Señor en el Sagrario de la capilla, emprendió el camino hacia su casa, a la que nunca llegaría.
En esta búsqueda intensa de Dios tuvo una experiencia muy fuerte durante una peregrinación a Taizé. Pero fue poco después en el Camino Neocatecumenal donde esta joven halló la respuesta para encontrar el verdadero “sentido de la vida”. En una ocasión, un sacerdote que le dio clases en el instituto se acercó a Marta y le preguntó por sus proyectos futuros como periodista, que antes tanto anhelaba. Pero su respuesta se le quedó grabada: “Hoy por hoy en mi cabeza sólo cabe Dios”.
La Virgen como modelo
Es más, pocos meses antes de morir, respondiendo a una llamada vocacional en su comunidad en Burgos, se ofreció para entregarse totalmente a Dios como misionera “itinerante”, es decir, como evangelizadora laica dispuesta a anunciar el Evangelio en cualquier lugar del mundo.
“Necesito seguirte, Señor; cuando me alejo de ti, experimento la muerte”
Siguiendo el ejemplo de la Virgen María, “Hágase” se convirtió en la palabra favorita de Marta. Siempre la tenía en la boca. Su empeño durante su último tiempo, como reflejan los escritos y notas que había ido realizando, pasaba por cumplir en todo momento la voluntad de Dios y entregar todo a su Amado, a Cristo, a aquel que le había dado sentido a su vida. De este modo, escribía a finales de 1990: “El cristiano es una persona alegre y que siembra alegría, gracias a la paz interior que siempre lleva y a la presencia de Dios en su vida. Mi mayor súplica en esta convivencia es: discernimiento y paz. Que me aumentes la fe, necesito seguirte, Señor; cuando me alejo de ti, experimento la muerte”.
Enamorada de la Eucaristía
Esa unión tan íntima se fue manifestando a través de la presencia real de Cristo, lo que llevó a Marta a dejar escrito en unas notas unas breves reflexiones que mostraban cómo su espíritu rebosaba: “Sin oración y sin Eucaristía no hay santo que aguante”. Y otra en la que añadía: “Vida de nuestra alma y salud de nuestra muerte es la Eucaristía”.
Una testigo de su última noche relató que, antes de marcharse a su casa, Marta se acercó al oratorio del club donde estaba estudiando para despedirse del Señor, hizo la genuflexión delante del Santísimo y se fue dejando los libros y apuntes allí para volver al día siguiente tras acudir a Misa y comulgar en una iglesia cercana.
Han pasado 32 años desde su muerte y su vida sigue siendo un ejemplo, especialmente para los más jóvenes. Era alegre, inteligente y sabía divertirse sanamente, pero Marta Obregón es sobre todo un modelo en el que la juventud actual puede fijarse para descubrir la virtud de la pureza y el verdadero valor del cuerpo.
“¡Si pudiera dar ejemplo…!”
Carlos Metola indica que son numerosas las gracias y los favores producidos por su intercesión, y aunque son muchas las personas de todo tipo que han acudido a ella, destaca la gran cantidad de jóvenes. Ha habido chicas que han encontrado su vocación a la vida religiosa gracias a su testimonio, sanaciones inexplicables de enfermedades y también ayudas en graves situaciones familiares. “Veo que Dios me ‘exige’ cada vez más, y aun en eso me siento privilegiada. ¡Si pudiera dar ejemplo con mi vida…!”, escribía Marta, sin saber entonces que su testimonio sería un regalo para toda la Iglesia, y que su ejemplo es todavía hoy más urgente que cuando se convirtió en mártir de la pureza.